La marcha de AMLO añade otra fecha histórica a nuestro calendario / Por Norman F. Pearl

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Esta es una aventura que hermanó a millones de mexicanos bajo el criterio de ser “acarreados”, pero con  sus convicciones. La historia nace desde el primer momento en que el presidente anuncia habría de encabezar una marcha para informar a la población sobre actos de gobierno en su cuarto año, y definir el nombre de un modelo de gobierno político, económico y social.

Ese mismo día, varios amigos y muchos compañeros, me contactaron a través del teléfono y redes sociales, para decirme les emocionaba la posibilidad de acompañar al presidente en una marcha, palabras más, palabras menos, que podría ser la última.

Y si, López Obrador, que hiciera de marchas y mítines su arma principal para difundir su proyecto de nación y conceptos sobre una política humanista, ha dicho reiteradamente, que al terminar su mandato se retirará de la política. Quedan poco menos de dos años para que ese plazo se cumpla, y en el inter, habrá dos importantes elecciones que inhibirían legalmente su participación. Esto confirmaba la sospecha fundada de no volver a ver al líder social y político más importante en la historia moderna de México, en las calles…

Iniciaron los preparativos, como acostumbra la izquierda, siempre con el trabajo colectivo voluntario por delante. No podían darse el lujo de pasar por alto una oportunidad tan emocional como trascendente. Siempre, al margen de ubicaciones locales y foráneas, se requería acceder a un transporte con oportunidad y suficiencia. No hay que olvidar, en muchos casos, esos autobuses se convierten en hoteles involuntarios que disminuyen los costos. Revivieron las “coperachas” de los que tienen poquito, y las aportaciones de los que más tienen, y qué además, disfrutan hacer esa distribución solidaria de sus recursos.

Otros, decenas de  miles, poblarían las carreteras y autopistas con el mismo destino. Muchos, llegarían a la ciudad del festejo por avión, en especial aquellos migrantes “cómplices” del bienestar en nuestro país.

Ayer domingo,  muy temprano, todos se fusionarían en el sensible propósito de hacerle saber al presidente de la república que no estaba sólo, que contaba con el apoyo de su pueblo, no solo de aquellos 30 millones que lo llevaran al poder en 2018, ahora también estaban representados los 67 millones de ciudadanos inscritos en el padrón electoral que lo respaldaban por medio de sumatorias en las encuestas. El tuitero Carlos Chavira sería más explícito:

“Hoy estamos juntos empresarios y obreros; trabajadores y comerciantes; jóvenes y adultos mayores; estudiantes y profesionistas; campesinos y productores. Millones de mexicanas y mexicanos que somos representados, por primera vez, por un gobierno legítimo, ajeno a los intereses”.

Por vez primera, veríamos una marcha que se extendiera desde el periférico sobre Paseo de la Reforma hasta llegar a la avenida Juárez, y de ahí al zócalo, era una enorme, larguísima, mancha humana de hermoso colorido. Los rostros, mayormente morenos, se veían exultantes, alegres, orgullosos de participar con libertad para mostrar su adhesión a un gobierno que les tomaba en cuenta. Atrás quedaban las restricciones en la libertad de expresión, las discriminaciones, no oficiales, por raza y posición económica. Era este otro pueblo, consciente de saberse escuchado y atendido en sus demandas de igualdad y de justicia.

Llegué al Ángel de la Independencia en punto de las 8:00 am. Creía había elegido el mejor horario para darme un espacio y así saludar a los amigos. Estaba equivocado, me había confundido nuestra impuntualidad eterna. La emoción de saberse parte de esa historia había motivado a la mayoría de las personas. El sitio estaba lleno, la gente expectante por la llegada del presidente López Obrador, quien no tenía prisa ni restricción por saludar a quien lo deseara con la menor provocación.

El contingente era mayormente uniforme, los colores de Morena sobresalían. Gorras, chamarras, playeras, banderitas, y otros artículos se hacían notar. A la mitad de la marcha, se podía ver a un pequeño, pero ruidoso grupo del PT, que entendía era una buen espacio para hacer proselitismo partidista. Casi al final, con cierta timidez ideológica, participaba el partido verde ecologista de México.

Era una fiesta popular donde no se pedía permiso para expresar la alegría. Había proclamas, discursitos, música, baile, y bocadillos, preparados muchas horas antes de su partida al evento, para aguantar el desgaste que cobraban el traslado, la caminata, el sol y la espera.

Vimos a muchos ciudadanos que se mimetizaban con la convicción de los marchistas incorporándose sin más a los festejos. Era difícil sustraerse a la simpatía que generaba la autenticidad de un movimiento y su líder incomparable.

Aquel hombre “agonizante”, hipertenso, con gota, hipotiroidismo y tantos males, que nos vendiera Loret de Mola, arribaba al zócalo después de casi seis horas de caminata y convivencia con un pueblo que le gritaba en todo momento durante el trayecto ¡amor con amor se paga!.

El presidente hizo un amplio recuento de sus logros conocidos por tantos beneficiarios -todos los mexicanos-, en especial, los más desprotegidos, que ahora viven condiciones distintas a las que estaban sometidos por gobiernos conservadores que siempre trabajaron para unos cuantos privilegiados.

Llegó el momento para definir el modelo político, económico y social que se lleva en México, porque, no es neoliberalismo ni populismo lo que nos distingue, enfatizaba López Obrador. Es “Humanismo mexicano” concluiría más tarde.

Hace algunos años, recién logrado el triunfo del movimiento, en debates ante legisladores del PRI y el PAN, quienes se empecinaban en tachar de comunista a nuestro actual presidente, yo argumentaba que el proyecto de nación propuesto impedía por si mismo encasillarlo en un “ismo” tradicional, porque rescataba lo mejor de cada modelo, y que veríamos la implementación de una opción atípica, en donde prevalecería el respeto por todos los intereses legítimos. Así pudimos constatar que la propiedad privada ha sido respetada a ultranza, las empresas trabajan con las mismas expectativas, por fortuna en muchos casos, con mayor justificación social pagando impuestos y elevando sus salarios. Los programas sociales han crecido en congruencia con el presupuesto público, bajo una premisa humanista de “primero los pobres”, que no sólo moderan sus carencias, sino que alivian nuestras propias conciencias.

Es cierto, ya no vivimos bajo un capitalismo salvaje, ni alcanzamos un socialismo o comunismo puro. La existencia de un estado fuerte y democrático nos aleja del anarquismo pernicioso. Tenemos un gobierno de izquierda que mantiene sus principios: combate la desigualdad en cualquiera de sus formas, acepta la rebeldía como una condición inevitable, y entiende el cambio permanente como una condición inexcusable para mejorar nuestros caminos.

La marcha, esta marcha en especial, la habremos de recordar como un acto de comunión entre el gobierno y sus representados en donde prevalecieron el respeto, la empatía y sus emociones. Reitero mi tristeza por el adiós prematuro de un hombre excepcional a las calles que le vieron nacer.

“Si el hombre fracasa en conciliar la justicia y la libertad, fracasa en todo” (Albert Camús)