LA TRIBUNA

Por JHAD

Podridos desde hace mucho tiempo, los cuerpos policiacos del país han dejado de ser un aliado importante de la población y la confianza hacia sus integrantes se ha perdido entre el umbral de la corrupción y el olvido.

En días recientes, el mundo se estremeció con las imágenes que viralizaron las redes sociales cuando el ciudadano afroamericano George Floyd, fue sometido de una manera brutal por el oficial Derek Chauvin, quien le causó la muerte por asfixia.

Reprobable a todas luces, este evento demostró la brutalidad de las fuerzas policiacas estadounidenses, donde el odio racial es la principal causa de ese absurdo intento de demostrar superioridad sobre la gente que no es blanca.

Aún sorprendidos por la forma tan dramática en que murió Floyd y las muestras de repudio y consternación en el planeta, en México las fuerzas del orden, no quisieron quedarse atrás y -a su manera- demostraron que, en nuestro país, sus acciones son tan brutales e indignantes como las del vecino norteamericano.

Esta semana en Jalisco, en Oaxaca y en ciudad Nezahualcóyotl, nuestros cuerpos policiacos volvieron a ser noticia. Un albañil muerto por no usar tapabocas, un joven futbolista es confundido como delincuente y muere tras ser baleado, mientras que en Neza, un grupo de agentes del orden, agredieron a cinco chicas cuyo único pecado fue salir a dar un paseo.

En los tres casos, el abuso policiaco fue evidente. El saldo es triste: dos hogares enlutados y cinco más con secuelas de un maltrato innecesario, en una escena más del México real, del México negro, el México donde las fuerzas del orden matan, agreden y siembran terror a la población a quien, paradójicamente, deben cuidar.

Lo más lamentable de todo es que esta situación no es nueva, es una constante en nuestro territorio. En los tres órdenes de gobierno, la policía ha dejado mucho qué desear. Los buenos elementos se pierden ante la avalancha de servidores públicos que ven en su cargo una oportunidad ideal para abusar, robar, agredir y matar.

Ante esto, el ciudadano ha dejado de confiar en ellos porque no solo lucha por su supervivencia diaria, sino que también lucha contra esa lacra de individuos que efectúan sus actos, amparados por un arma y su uniforme.

La falta de filtros efectivos para la contratación de personal en esa área, ha permitido que se cuelen infinidad de elementos que lejos de tener una visión comunitaria y de ayuda, tienen una visón individualista y abusiva. Los resultados son evidentes.

El crecimiento de la inseguridad en nuestro país ha rebasado a las instituciones que tienen por obligación atenderla.

De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas (ONU), los países deben tener como mínimo 2.8 policías por cada mil habitantes para garantizar y salvaguardar el orden público. En México el número de elementos asignados para ese fin es solo de .8 por cada mil habitantes, lo que indica un claro déficit que nadie ha sido capaz de atender eficientemente.

En esa tesitura de sumar elementos, la contratación se realiza de manera precipitada y con filtros muy laxos, que permiten la incorporación de personal que no es apto para desempeñar un trabajo de seguridad tan importante.

Sin estudios efectivos de salud mental, la gente que se integra a las corporaciones policiacas lo hace con muchos problemas sicológicos. No obstante, pueden ser hábiles y diestros para efectuar acciones arriesgadas y útiles para el combate.

Con esa debilidad o carencia del manejo de sus emociones, los vigilantes son presa de sus propios males, lo que nos les permite actuar en equilibrio y en razón, en un área donde se requiere destreza física y bienestar mental.

De la mano de los valores adquiridos en su entorno, el policía se vuelve fácil presa de la ambición, la corrupción y el abuso de autoridad que deriva en muertes, agresiones y actitudes de prepotencia y soberbia.

Ser policía exige respeto, dedicación y compromiso con la sociedad.

Sin incluir a grupos especiales y judiciales, en México existen cerca de 400 mil elementos policiacos encargados de la seguridad pública. Afortunadamente no todos están manchados por la sombra de la corrupción ni la prepotencia. Esos son los imprescindibles, porque ejercen su vocación con gusto y para servir al pueblo.

Ahogado en la violencia criminal, en la falta de empatía, en las crisis sanitarias y económicas, el país no deja de ser noticia en el mundo. Los excesos policiacos son una fuente de información constante en los medios de comunicación.

Aliados del poder corrupto y criminal, las corporaciones policiacas deben ser vigiladas con lupa. Mientras sigan libres y locos, la delincuencia seguirá creciendo cada día más. Mimetizados entre sí, ambos grupos comparten soberbia y resentimiento. La víctima, como siempre, es el pueblo responsable y trabajador.

En guardia y pidiéndole al universo ayuda celestial, la población reza para no encontrarse en el camino con esos renglones torcidos que buscan en todo momento en quien descargar su ira, su maldad y su frustración.

Una realidad que duele y lástima. Y lo malo es que andan muy cerca de aquí. ¡Uy que miedo!   ¡Ah qué policía señor!