Cronopio en el jardín de la otra dictadura / Por René González

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Quizá no hay escritor más inspirador de fantasías que Julio Cortázar, sus cuentos son un conjunto, forman un todo, son las habitaciones de una gran ciudadela lunar. Son las piezas de un rompecabezas multidimensional e infinito. El escritor argentino nació el 26 de agosto de 1914 en Bélgica, se le ha reconocido como una de las grandes figuras del llamado “boom” de la literatura hispanoamericana.

En 1975 Julio Cortázar visitó tierras aztecas. En una de las cartas recuperadas de su correspondencia personal, escribió a Rosario Santos el 31 de marzo de ese año:

“En México, después de una semana agotadora de trabajo, pude escaparme en un auto y recorrer todo el país, quedándome en los pueblitos, hablando con la gente y conociendo todo lo que no puede dar la capital.” Al escritor le gustó pueblear, como en sus cuentos era su forma de interpretar los fragmentos de una trama más profunda.

La semana agotadora de trabajo a la que se refiere el escritor fue porque participó en la capital mexicana en una sesión de la Comisión Internacional que investigaba los crímenes de la Junta Militar de Chile; y también en ese lapso se dio tiempo para brindar algunas conferencias.

En el México de los setenta Julio Cortázar ya era celebre por Rayuela, novela cardinal del argentino que vio la luz el 28 de junio de 1963. En un inicio fue cuestionada por los críticos tradicionales, y como él mismo recordaba: “a Rayuela lo atacaron, pero lo comenzaron a leer los jóvenes”. Fueron esos jóvenes quienes una década después amaron y abrevaron de su obra literaria, y la compartieron con nuevos lectores de épocas venideras.

Cortázar se amparó en su prestigio cultural bien logrado, para denunciar las atrocidades de la Dictadura chilena. Colocó en el centro de la opinión pública latinoamericana aquella generación de jóvenes, estudiantes, amas de casa, profesionistas, trabajadores sin rostro -que casi desde el anonimato-, yacían presos, desaparecidos sin rastro, detenidos en crujías clandestinas o tristemente muertos sin que sus familias pudieran reclamar si quiera sus cuerpos, en una obra funesta ejecutada durante años por militares chilenos bajo el cobijo del imperialismo yanqui.

Sin embargo, el México que Julio Cortázar visitó en 1975 significó estar en el sitio que hospedó a la otra dictadura o “dictadura perfecta”, como la describió años más tarde Mario Vargas Llosa; el sexenio de Luis Echeverría estaba por concluir, la mayor parte de la intelectualidad estaba cooptada, en general se asumía el discurso oficial a favor de las revoluciones en América Latina, mientras por debajo de la mesa el gobierno pedía a revolucionarios cubanos y de otros países no intervenir ni ayudar a la disidencia mexicana.

Nuestro país vivía su propia tragedia, ocultada por el régimen priista y los medios de comunicación oficiales; después de la represión a los movimientos estudiantiles de 1968 y 1971 sectores juveniles y estudiantiles que habían sido testigos de la cancelación de la vía pacífica para democratizar la vida pública, se habían definido por participar en la vía armada. También había presos en cárceles clandestinas, desaparecidos y muertos de esa lucha tan desigual, con un dejo de cinismo, algunas plumas de la época le llamaban “dictablanda”.

Después de ese primer viaje de denuncia del caso chileno, el escritor visitó muchas veces México. En todas ellas habló contra las dictaduras, defendió a la Revolución Cubana y compartió todo su capital intelectual en favor de los sandinistas.

En ese contexto, las visitas de Julio Cortázar quien junto con Gabriel García Márquez habían activado una intensa vida militante por las causas latinoamericanas, no escaparon a los censores del viejo y monolítico sistema político mexicano.

El investigador Jacinto Rodríguez quien ha estudiado el tema, dice sobre Cortázar: “No podía ser pasado por alto por la policía política encabezada por Fernando Gutiérrez Barrios. Los agentes de la Dirección Federal de Seguridad lo siguieron, espiaron sus conversaciones, interceptaron sus cartas, violaron y copiaron su correspondencia. Lo siguieron como su sombra”.

Cortázar fue espiado por el Estado Mexicano por “lo que representaba en cuanto convicciones y compromisos ideológicos, no era cualquier escritor, había un compromiso, esa narrativa llevada al compromiso ideológico”, señaló el investigador sobre su investigación realizada en el Archivo General de la Nación y publicada en la revista Emeequis (“Cortázar el perseguido”).

Existen documentos sobre “su relación de Cortázar con Carlos Fuentes, en algún momento Carlos Fuentes va a ser muy crítico, particularmente con Gustavo Díaz Ordaz, a partir de Luis Echeverría cambia el tono, está muy documentado cómo Carlos Fuentes toma una posición del lado de Luis Echeverría con aquella frase de ‘Echeverría o el fascismo”, refirió Rodríguez. Simbólicamente el escritor argentino da un paso a un lado de algunos escritores mexicanos que cuestionaban la represión que ocurría en otros países, pero no en su tierra.

Eran tiempos donde la policía política era la tristemente célebre Dirección Federal de Seguridad, grupo especial que creó Miguel Nazar Haro; en sus informes relataban episodios de Cortázar como el “encuentro en Cocoyoc en donde debaten él y otros intelectuales para definir cómo van fallar para un premio que tenía que ver con ensayos y cuentos de militarismo en América Latina”. Hasta ese grado de detalle fue el marcaje personal al escritor.

En años posteriores Julio Cortázar se refirió a sus primeras visitas a México, más allá de sus visitas al jardín de la monarquía sexenal, y señaló: “siempre ha habido una fijación por México, es un pueblo que yo amo y admiro mucho”. También en nuestro país ofrendó palabras a lo que concebía como sus entrañables compañeros lectores: “El lector es ese antagonista fraternal, ese hermano que no sé exactamente quién es, pero que está luchando conmigo en el trabajo de creación”.

En sus periplos por México también visitó lugares como Monte Albán y la ciudad de Oaxaca. “De Oaxaca me habían dicho muchas cosas, turísticas y etnográficas, climáticas y gastronómicas; lo que no me dijo nadie es que allí, además de un zócalo que sigue siendo mi preferido en México, habría de encontrar la más densa congregación de cronopios jamás reunida en el planeta con excepción de la de Estocolmo”. Es decir, en Oaxaca encontró la materialización simbólica de sus entrañables cronopios, que son criaturas idealistas, sensibles e ingenuas. “De esta manera se diferencian de otros seres imaginados por el escritor, como los famas (pretenciosos y formales) y las esperanzas (aburridas e ignorantes)”.

En 1979 volvió a nuestro país, y nuevamente en 1980 pasó dos meses en Zihuatanejo junto a su pareja Carol Dunlop. “Nuestro viaje final por México fue muy hermoso. Combinamos autos alquilados con aviones locales para recorrer diversas partes del territorio, y así en dos semanas pudimos ver una gran cantidad de cosas hermosas. Yo ya conocía parte de eso, pero Carol era la primera vez que venía a México, de modo que fue muy agradable mostrarle ciudades, ruinas y paisajes; luego fuimos a otros lugares que yo no conocía, y entonces el placer fue todavía más grande”, escribió Cortázar a su madre en agosto de 1980. La muerte de Carol Dunlop, su segunda esposa, fue un golpe letal para el escritor.

La última vez que visitó México fue en 1983. Carol ya había muerto y Cortázar sin levantarse del suceso partiría unos meses después. Son memorables las fotografías de su visita y conferencia en Coyoacán a inicio de los ochenta.

En La noche boca arriba, cuento publicado en 1956 sin que Cortázar conociera México, corregido y aumentando en 1964, apareció la ya caótica vieja capital, con sus calzadas con olor a pantano, la modernidad de los semáforos, grandes avenidas, y accidentes viales. El protagonista sufrió un percance al evitar atropellar a una transeúnte y comenzó un viaje increíble cuando huyó de los aztecas que buscaban prisioneros para llevar a cabo sus sacrificios humanos dentro de los rituales de la “guerra florida”.

Para quienes nos formamos con la obra de Julio Cortázar, un cronopio es además de un idealista un ser admirable. Hoy en el aniversario de su nacimiento, en un año de improntas que darían demasiadas pistas para aterrizar las ficciones cortazarianas, recordamos con nostalgia y luz a: El Cronopio Mayor.

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