Por Diego Catelli

Escribir un artículo de opinión durante la pandemia del virus COVID-19 es una tarea más difícil que de costumbre, ya que nos encontramos desbordados de información.

A pesar de que todas las historias que leemos tratan sobre el mismo sujeto (el virus y sus efectos sobre la sociedad), la cantidad de diferentes narrativas y “verdades dispares” es mucho mayor que durante otras crisis. Sin embargo, más allá de la crisis biológica existe una crisis política. No me refiero a una crisis de liderazgo, a pesar de que es obvio que muchos líderes políticos no han estado a la altura de la tarea, sino a una crisis estructural y de identidad.

Lejos de buscar minimizar la severidad del virus, los mayores desafíos que ha presentado son de una naturaleza política. Por ejemplo, la contención del virus es un tema que muchas veces se toma como exclusivamente epidemiológico.

Sin embargo, es el control sobre las personas lo que dificulta esta tarea, y esta es sin duda una tarea política. Detrás existe el control sobre la narrativa, la legitimidad de la autoridad, y la cohesión y colaboración de todos los miembros de la sociedad.

El virus en si no es ni malvado ni benévolo, igual que un terremoto, pero es muy eficaz para evidenciar la fragilidad de nuestros sistemas de organización social. De hecho, muchos científicos sostienen la hipótesis que la aparición y dispersión de enfermedades contagiosas es un producto de cambios antropogénicos y demográficos. Un estudio llevado a cabo en 2008 por Kate Jones, una bióloga de la University College de Londres, analiza el periodo entre 1940-2004 detectando 335 enfermedades infecciosas emergentes (EIE). Esto apoya su hipótesis que las EIE son un “costo oculto” del desarrollo económico humano.

Su análisis también indica que un 60.3% son causadas por patógenos zoonóticos, esto quiere decir que el origen viene de un animal no humano.  Esto resulta evidente, ya que intereses comerciales llevan a los humanos a acercarse a hábitats naturales que son depósitos de patógenos como el COVID-19. Este estudio deja en evidencia la profunda relación entre las realidades políticas y biológicas, mientras nuestro sistema de organización económica nos pone en mayor riesgo de una epidemia, los efectos son agravados por el mismo sistema. Por esto me refiero a que en un sistema que sostiene el crecimiento como el objetivo número uno, situaciones de peligro como la que vivimos desestabilizan a un sistema económico que de por si es propenso a sufrir crisis.

Sobre todo, el virus ha puesto en primer plano la enorme desigualdad que existe entre los distintos sectores de nuestra sociedad. Mientras que para algunos las medidas impuestas por el gobierno no han sido más que unas vacaciones forzadas, los sectores más vulnerables de nuestras sociedades han sido desproporcionadamente afectados.

Sin considerar el trabajo informal, demasiado común a través de Latinoamérica, los vagabundos y el sector de trabajadores que gana salario mínimo o ejerce una labor manual han visto sus ya precarias situaciones empeorar. Por un lado están ellos que han perdido sus trabajos debido a la presión que la crisis ha puesto sobre pequeños y medianos negocios. También están ellos que sus trabajos son considerados como esenciales y han tenido que exponerse al virus, a pesar de ganar salarios mínimos. Entre ellos están los supermercados, tiendas, trabajadores de transporte público, y los sectores de limpieza o construcción.

Más allá de los evidentes dispares efectos económicos de la crisis están también las distintas realidades que la cuarentena nos presenta. Mientras muchos de nosotros hemos sido afortunados y hemos podido usar el tiempo para dedicárselo a hobbies olvidados, como cocina, música, o lectura entre otros, una gran parte de la población se ve aglomerada en pequeños espacios y sin la libertad económica para perseguir estos hobbies.

Es alarmante que cuanto más uno analiza la situación más precaria y preocupante esta resulta. El secretario general de las Naciones Unidas Antonio Guterres se pronunció acerca del incremento de la violencia doméstica generado por las medidas de confinamiento, poniendo a mujeres y niños en situaciones muy precarias.

Una crisis es el momento ideal para reflexionar sobre las estructuras políticas, económicas y sociales que gobiernan nuestras vidas.

Si bien es cierto que tenemos los líderes que nos merecemos y que el futuro parece más incierto que nunca en mi corta vida, también es cierto que el futuro nunca va a esperar por nosotros y que solamente dependemos de nosotros mismos para crear en él un espacio para nosotros. Sobre todo, es importante que mantengamos la unidad de nuestras comunidades y recordemos que estamos en esta situación todos juntos, a pesar de vivir en circunstancias muy distintas. Unidos es la única manera en la que vamos a superar esta epidemia, y cómo también podemos renovar las estructuras que gobiernan nuestras vidas para evitar el colapso del sistema climático, prevenir futuras epidemias y combatir la desigualdad.

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