No cabe duda que el principal problema que la ciudadanía percibe, y desea que sea resuelto de inmediato, es la inseguridad.

Se han implementado estrategias. Se han reformado leyes. Se han creado cuerpos de seguridad y sin embargo la problemática continua, con más tendencia a aumentar que a disminuir.

Todos estamos expuestos, pero la problemática está afectando principalmente al pueblo que siempre aguanta todo, a los de a pie y a las clases menos privilegiadas. Un asalto común puede significar la fractura de su frágil forma de vida.

De lo que ocurre, vamos a encontrar muchas razones posibles, incluyendo lo político, lo social, lo cultural y lo económico.

Vale la pena realizar un estudio serio, sin sesgos, realista y objetivo para saber por qué llegamos hasta esta instancia de inseguridad.

Conocer el origen de este mal, permite establecer mecanismos que sirvan para extirparlo de raíz.  Ese es el objetivo.

Comparando el deterioro educativo en nuestro país con la pérdida de valores en lo intelectual y emocional de la sociedad, nos permite establecer que las malas políticas públicas y educativas aplicadas hasta el momento, han fallado.

Desde el punto de vista educativo, los números con los que evalúa anualmente la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, (OCDE), confirman, que de acuerdo con las evaluaciones educativas que aplica a sus países miembros, México ocupa el último lugar.

Aunque las evaluaciones son muy específicas debido a que están enfocadas básicamente en habilidades matemáticas y lecto-escritura, no valoran la parte conductual y emocional de los alumnos.

Además, la comparación se hace entre los 36 miembros actuales, la mayoría europeos y de primer mundo.

Siendo estrictos, un resultado tan bajo en las habilidades medidas por la OCDE tiene que estar ligado en algún punto al desarrollo intelectual, emocional, conductual y de intereses de los jóvenes estudiantes, aunado a lo precariedad de la economía de los mismos.

Es evidente que se ha descuidado el desarrollo integral de los ciudadanos a través de la educación formal. Las consecuencias están en el tejido social.

Ante esto, es necesario aceptar que el declive educativo no es responsabilidad exclusiva de las escuelas y sus integrantes. En él participamos todos.

La educación no se delega. Todos educamos con nuestras acciones y somos educados con las acciones percibidas, entonces todos tenemos parte de culpa de lo que pasa.

Si queremos deshacernos de la incertidumbre, del miedo, de la ansiedad, de la depresión, tendremos que comprometernos a participar en la reeducación de nuestra sociedad. Recuperando principalmente los valores que nos permitan convivir con la civilidad digna del ser humano.

Probablemente en el transcurso de nuestra historia no nos hemos dado la oportunidad de estructurar una sociedad mejor equilibrada.

Una sociedad donde el alimento, la salud, la educación y el empleo bien remunerado no sean la preocupación común de los pobladores, porque esos rubros están cubiertos adecuadamente.

Ya en algunos momentos se lograron crear ambientes muy cercanos a esa aspiración. Muchos pudimos vivirlos y disfrutarlos.

Hoy, comparando esos momentos con la situación actual, sabemos que nuestras jóvenes generaciones son relegadas por la falta de oportunidades, tanto educativas como laborales y ocupacionales. Los resultados de esa situación nos llevan a estados de inseguridad como el que vivimos actualmente en el país.

Apostarle de manera honesta, comprometida y nacionalista a la educación integral puede rendir grandes frutos a corto, mediano y largo plazo.

La mayor atención al desarrollo intelectual, moral y emocional es el mejor argumento para alcanzar la paz social anhelada.

Simular, pretextar, evadir, delegar, es el mejor caldo de cultivo para la inseguridad.

Todo es educación.

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