La semana pasada mi mamá cumplió años. Por tradición y evidentemente por ser la reina de la casa, le hemos festejado de muchas formas, desde viajes, regalos, abrazos, mucho amor y todos los besos del mundo.

Pero esta vez, las cosas cambiaron totalmente. La pandemia nos ha confinado a todos, pero a la gente con más riesgos las ha dejado aisladas y con demasiado miedo. Mi mamá pertenece a ese grupo.

Al ser una fecha importante para toda mi familia, entre mis hermanos organizamos una fiesta a la distancia, con la única intención de que mi mamá se sintiera arropada y supiera lo mucho que la amamos.

Pese a que estamos en contacto todos los días.  Para nosotros éste es muy especial. Es una fecha que nos une aún más y nos da la oportunidad de reforzar los votos de amor y cariño para la mujer que nos dio la vida.

El año pasado nos fuimos a Acapulco para festejar su cumpleaños. Nos la pasamos de maravilla. La sorprendimos. Jugamos como locas. Nos fuimos al mar. Comimos muy rico y obviamente, le hicimos su pastel. Fue un evento inolvidable.

Nadie de nosotras imaginó que el siguiente onomástico de mamá sería celebrado a distancia, sin cercanía física y a través de celulares y computadores.

Aunque mantenemos comunicación diaria con mis padres, en esta ocasión los reflectores y máxima atención fueron encaminados para festejar el día de nacimiento de mi adorada princesa.

Bendita tecnología que nos ha permitido estar juntos, aunque sea por medio de voz e imagen. De esa manera la escuchamos y nos da recomendaciones para sobrevivir durante la contingencia, pero la verdad extraño su olor, sus caricias y hasta sus regaños en vivo y a todo color.

Bajo las condiciones sanitarias que estamos viviendo provocadas por el coronavirus, llegó el día especial de mi “jefa”. Su cumpleaños número…

Muy temprano, mis hermanos y yo, nos pusimos de acuerdo con mi papá para que pusiera el teléfono celular a mi mamá en su cama.

A las siete de la mañana, activamos el zoom y justo en ese momento, empezamos a cantarle las mañanitas. Medio adormilada, mi madre abrió los ojos y al escuchar el canto desafinado de sus hijos, nietos y esposo, las lágrimas le cubrieron el rostro.

Un día antes, con la complicidad de mi papá, le hicimos llegar un pastel y todos sus regalos. Entonces cuando despertó se vio rodeada de pastel, cajas adornadas y la presencia virtual de toda su familia.

Después cada uno de nosotros, le expresó lo que piensan de ella y lo mucho que la aman. Yo me destapé y le dije todo lo que la amo. Lo importante que ha sido en mi vida. Su apoyo, sus regaños y sus consejos.

Mi garganta estaba echa un nudo. La de mi familia también. Aunque no se veía con claridad, es posible que todos, absolutamente todos estábamos llorando de alegría y de emoción.

Era el cumpleaños de mamá, pero era mucho más. Era el tiempo para valorarnos. Era el tiempo para agradecerle a la vida la oportunidad que tenemos de estar juntos. Era el tiempo de reflexionar y dejar atrás lo malo.

Sin cercanía física, pero con un inconmensurable amor, fue un día muy especial. Fue un día de fiesta, sin grandes comidas, sin abrazos, sin cercanía física, pero con el alma de cada uno de nosotros hermanada entre sí.

Dentro de esta pandemia, la fiesta nos permitió olvidar por un momento la crisis sanitaria que se vive en nuestro país, incluido el encierro obligado para los más delicados.

Bajo esa presión, mis padres han sabido llevar con filosofía e inteligencia este escenario inédito que nos afecta a todos. Por eso les admiro y les amo con toda mi alma. Yo por menos, me estoy volviendo loca.

Imagino la angustia que tienen mis padres. Ser población en riesgo, los hace vulnerables ante el COVID19. Imposible pensar que no sienten miedo, además acostumbrados a andar de un lado a otro, el confinamiento los ha imposibilitado de hacer tantas cosas que estaban acostumbrados a realizar como pareja. Sobre todo sus escapadas al cine y a tomarse un café como cuando eran novios. Esa es la nueva manera de vivir y convivir. Es la sana distancia.

Así, mientras llega la normalidad y sin tener claro lo que sigue durante y después de esta pandemia, seguiremos viviendo con mucha incertidumbre. Por lo pronto, los abrazos y los besos quedarán pendientes para otros tiempos. La cercanía física tendrá que esperar. Ojalá no tarde mucho.

De regreso a la fiesta virtual puedo decirles que fueron pocas horas, pero grandes enseñanzas. Fue una fiesta diferente pero muy enriquecedora.

Pese a lo breve, la experiencia es conmovedora y de alto aprendizaje. Nada más hermoso que contar con una madre excepcional y una familia bien integrada, llena de amor y en armonía.

Por eso puedo decirles que aún existimos personas que disfrutamos la vida con lo que tenemos y sabemos apreciarla, aún en situaciones adversas. Es una gran lección para todos.

Dentro de la  enseñanza que nos dejó este evento, comprobé que la mayor riqueza que tenemos es la familia. Sin ella estamos a la deriva. Además  confirmé y reafirmé que tener un techo, una buena salud y un trabajo estable, es todo un privilegio en estos tiempos de caos.

Nunca nos olvidemos de eso. Es una obligación recordarlo en todo momento y obviamente, valorarlo.

Me queda muy claro que debemos apreciar todo lo que somos y a la gente que tenemos junto a nosotros, porque no sabemos lo que nos depara el destino para mañana. Bueno, es simplemente mi opinión.

Ya me voy. Me puse romántica, filosófica y contenta. Solo quería platicarles todo lo que sucedió y aprendí durante el feliz cumpleaños de mi madre. Bye…