Por Esther Calderón (*)

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Los efectos del resultado electoral en Ecuador tienen importantes implicaciones geopolíticas y geoestratégicas. Hace cuatro años, con el gobierno de Lenin Moreno, Ecuador perdió la posibilidad de consolidarse como actor estratégico en la región y regresó a la relación de dependencia con Estados Unidos. Nuevamente se hizo visible el fundamento que determina el acontecer geopolítico: las relaciones coloniales de poder. A pesar de que la configuración del poder mundial está cambiando y ya no es más unipolar, todavía no ha cambiado este fundamento que atraviesa las relaciones geopolíticas.

Las relaciones de poder a nivel internacional no son inocentes, ni se llevan adelante desde un marco jurídico imparcial (como algunos todavía creen); se trata de relaciones atravesadas por estructuras coloniales que se refuerzan para mantener la sumisión de los países “pequeños”, “periféricos”, a las grandes potencias y a los poderes fácticos supranacionales. En geopolítica no cabe espacio para la ingenuidad.

La vieja receta neoliberal de abrir el Ecuador a los mercados extranjeros significó la pérdida de soberanía, la desestabilización económica y social, y sobre todo la sumisión de este país a la potencia hegemónica en decadencia. Al igual que Brasil perdió la importancia geoestratégica que tenía en los BRICS, la arremetida conservadora significó para Ecuador el abandono del proyecto de la UNASUR y del ALBA-TCP, bloques regionales importantes que permitían vislumbrar esperanzas de independencia y liberación para América Latina.

Así como en el contexto geopolítico, las medidas encaminadas hacia la restauración conservadora fracasaron también a nivel nacional, prueba de ello es que el 90% de la población ecuatoriana desaprueba la gestión de Lenin Moreno, marcada por la crisis económica, el endeudamiento con el Fondo Monetario Internacional (FMI), el aumento de la pobreza, los altos índices de criminalidad, el crecimiento de la informalidad laboral, el desempleo, la persecución política y la opresión hacia la población de origen indígena.

La victoria de Andrés Arauz en la primera vuelta, muy posible de ratificarse en abril, demuestra que el bloque popular ecuatoriano pide superar la dependencia hacia la potencia hegemónica en decadencia e ir más allá de la economía y la democracia neoliberales. ¿Cómo se puede pensar en la realización de este horizonte de manera sostenible y no aislada? Recuperando el proyecto de la unidad de América Latina.

La creación de bloques de integración en América Latina para contrarrestar la diplomacia colonial y encaminar a los pueblos a la liberación es fundamental, por eso el poder hegemónico en decadencia se alza para impedir la conformación de dichos bloques a nivel regional, interviene en los procesos electorales, o a través de los golpes suaves, y además refuerza la estrategia secesionista para desmembrar a los países “pequeños”. Cuantas más divisiones sean producidas, más dificultades existirán para formar bloques de integración y lograr la verdadera libertad de los pueblos latinoamericanos.

Empero, la estrategia de división no solamente es territorial sino además a nivel de la conciencia. Es también cuestión de mentalidades. Dividir y empequeñecer a un pueblo va más allá de la injerencia y de los ataques externos. Se trata también de dividir y empequeñecer las mentes de ese pueblo a través de la imposición de las ideologías (mitos) imperantes en las grandes academias: el “desarrollo”, el “subdesarrollo”, la “globalización”, el progreso “infinito”, etc. Estos mitos todavía circulan, no solamente en el imaginario social, sino también en muchas de las reflexiones más lúcidas de los académicos latinoamericanos.

Al igual que en Ecuador, vemos en América Latina una batalla muy fuerte de esquemas mentales. Las mentes pequeñas, generalmente (aunque no únicamente) conservadoras consideran imposible y utópico pensar en la unidad latinoamericana, no comprenden la importancia del sueño de la Patria Grande porque no pueden pensar más allá de su nacionalismo espurio y del desprecio hacia su propio origen. Obnubiladas por su subdesarrollo mental (¡se creyeron la idea del “subdesarrollo”!), consideran imposible pensar más allá del statu quo y continúan con la sumisión a las ideas coloniales.

Las mentes pequeñas apuestan por la preservación de la colonia pequeña y la destrucción del horizonte de la Patria Grande, apuestan por la subordinación al poder hegemónico (a pesar de que este se encuentra en decadencia) y no así por la liberación de los pueblos. Estas mentes no comprenden que el poder también es cuestión de conciencia. Como dicen los que saben, es un estado mental. El poder hegemónico existe porque permitimos que exista y dejará de existir cuando tomemos conciencia de que nosotros también somos poder.

(*) Politóloga, filósofa y escritora.

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