He sido víctima sin precedentes en el “desprecio misándrico” por parte de algunas mujeres debido al atrevimiento para debatir con ellas sin concesiones.
Encuentro dos condiciones irrebatibles para evitar el “linchamiento” femenino, ambas extremas; ¡Todas las mujeres son damnificadas y todos los hombres son potencialmente misóginos!
Nací, hace muchos años, en un entorno de roles sociales muy definidos, y “felizmente” aceptados. El hombre se esmeraba en la proveeduría de recursos materiales, la mujer, en el cuidado del hogar con los hijos incluidos.
No recuerdo que fuera frecuente en las discusiones, la circunstancia que presentaba la diferencia de géneros, ni la evidente desigualdad en las actividades “naturales” que la costumbre asignaba.
En mi casa, la “casa materna”, May, mi única hermana, no “atendía” a sus hermanos por el hecho de ser hombres. En cambio, mi madre, asumía con diligencia, yo diría, con alegría, el rol que la vida le había asignado en virtud del género. Nunca escuché un lamento por su destino, por el contrario, mostraba orgullo en lo que ella consideraba eran actos de femineidad. Debo matizar algo, mi madre ahora tendría un poco más de cien años.
En mi propio núcleo familiar, la composición se dio con equilibrio, pues tenemos una hija y un varón, y lo digo en ese orden, no para complacer a nadie, simplemente porque ella es la mayor. Ambos, crecieron con la misma mística de independencia y equidad, y pude a través del tiempo, constatar capacidades intelectuales similares en todos los órdenes. Las únicas diferencias notables se dieron en la composición biológica de su sexualidad pues el varón desarrolla mayor musculo (por alta testosterona) y tiene mayor proclividad y suficiencia para las actividades de fuerza.
Siendo yo apenas un niño (de 9-12 años) viví en la ciudad estadounidense de Chicago. Ahí vi por primera a vez a una mujer en pantalones y a otra manejando un enorme camión. Cambiaban poco a poco mis percepciones. Entendía, los trabajos ya no eran tan marcadamente privativos de los hombres. Ahora, estoy seguro, hombres y mujeres pueden desarrollar cualquier empleo cuya eficiencia y retribuciones debería estar determinada por sus talentos y habilidades.
En un artículo anterior, expresé mi convicción, de que son las religiones, por su tremenda influencia en el pensamiento de la gente, quienes desde sus machistas “libros sagrados” y sus propias estructuras operativas, construyen conductas afines a sus perversos objetivos. Dije en aquella ocasión era necesario hacer adendas a las “verdades únicas” en la biblia, el Corán, la Torá, el Talmud y demás opciones enajenantes. De otra forma, la “falocracia” permanecerá por mucho tiempo. El feminismo lógico, tendría -por sugerencia- ejercer una presión descomunal en la poderosa iglesia católica mexicana para que cambie de inmediato el discurso confesional discriminante y machista por mensajes de equidad y de justicia.
Por lo pronto, veo recurrente una palabra de moda que se pretende ajustar a cualquier conducta de un hombre que no se conduzca con gentileza, y eso es muy grave, pues limita una interacción espontánea en la relación de personas con distintos géneros. He tenido encendidos debates públicos con Lilly Téllez, Fernanda Familiar, Xóchitl Gálvez y otras damas, con un pensamiento político egoísta y conservador.
En el contexto de las disputas surgieron -en doble vía- intercambios de adjetivos como parte de un lenguaje inesperadamente violento. Con pena pude advertir, mis expresiones entraron, sin filtro cultural alguno, en un falso catálogo de misoginia. Debo decir en mi defensa, que siempre estuve en disposición de reunirme con cualquiera y ponderar sin regateo sus virtudes y simpatías que también aprecio y reconozco. Como podrán apreciar mis lectores, en ningún caso intervino la aversión o el odio patológico que resulta condición necesaria para poder ser diagnosticado como misógino.
La misandria (odio o aversión hacia los varones) es un sentimiento o emoción más común en las mujeres, en congruencia con tantos casos de maltrato, abuso, violación o crímenes, sufridos a manos de hombres bestializados que en la mayoría de los casos -irónicamente- no pasaron por una fase de misoginia.
¡La controversia es la luz!