El cerro del Peñón es el símbolo del oriente capitalino. El pequeño pero histórico montículo es el sitio donde yacieron los baños de Moctezuma, cuando era un islote del lago de Texcoco y los aztecas lo conocían como un centro de curación por sus aguas medicinales.

Al arribar al Aeropuerto el Peñón y su faro ilustran al forastero que su destino es la Ciudad de México. En las faldas del cerro -que desde los años setenta están matizadas u ocultas por calles, desniveles y ejes viales-, confluyen tres colonias: el pueblo originario del Peñón, la Pensador Mexicano y la Moctezuma. Justamente en el vértice imaginario de estas colonias se encuentra un añejo bar, al que actualmente se llega cruzando un largo puente peatonal o atravesando el paso subterráneo del Metro, para llegar desde la Terminal 1 del Aeropuerto Benito Juárez al otro lado del Circuito Bicentenario y encontrar el lugarcillo.

James Marshall Hendrix (Johnny Allen Hendrix), conocido en la mejor época del rock como Jimi Hendrix, partió un 18 de septiembre de hace 50 años. El cincuentenario de su muerte inequívocamente remite al fin de la era fundacional, desgarradora y mística de la nueva música clásica, que entre 1969 y 1971 se llevó entre la polvareda de los excesos a las cuatro jotas icónicas: Brian Jones (autor intelectual de la génesis de las piedras rodantes), Janis Joplin, Jim Morrison, y por supuesto Jimi Hendrix.

“Disculpen mientras beso el cielo” solía decir Jimi Hendrix mientras su lira vibraba incrustada en el mismísimo universo creador, al amparo de una carrera rocanrolera de tan solo cuatro años, quizá la más efímera de todos los tiempos.

Antes de pirarse de este mundo, en 1969 Jimi se consagró un 18 de agosto en una presentación de más de 2 horas con la que cerró el Festival de Woodstock, luego de tres días ininterrumpidos de estruendo, magia y rebeldía en los terrenos fangosos de una granja cercana a Nueva York, y donde alternó con The Who, Janis Joplin, Joe Coker, Santana, y otros.

Quien de mi generación no recuerda los esfuerzos para conseguir el videocasete pirata Beta o VHS en Tepito o el Chopo de “Jimi Hendrix en Woodstock”, y mirarlo tocando con sus agiles manos una versión eléctrica del himno nacional de Estados Unidos, en una mezcla con “Purple Haze”. La neblina morada del maestro Hendrix nos marcó con esa interpretación, la de un afroamericano que no se deshacía en cantar góspel, blues o canticos espirituales, sino en inventar nuevos tonos, riffs y acordes con las seis cuerdas metálicas de su Fender Stratocaster.

Antes de que la leyenda estuviera aquel verano en Woodstock estuvo en mi barrio, la Colonia Moctezuma, al pie del cerro del Peñón. Ocurrió en mayo de 1969, tan solo un año después que el mayo francés de los estudiantes incendiara el mundo bipolar.

La increíble historia la recopiló, escribió y publicó Jordi Soler el 7 de junio de 1997. Hoy sabemos por dicha narración que Jimi Hendrix la roló en la Moctezuma y brindó un concierto mítico y casi clandestino, después que un video de su detención en Toronto delató que lo acompañó en los claroscuros de su aventura una mujer mexicana.

Narra Jordi Soler:

“En mayo de 1969, Jimi Hendrix fue detenido en el aeropuerto de Toronto por llevar heroína oculta en el estuche de una guitarra. La aprehensión fue grabada en video: al fondo de la típica sala de aeropuerto, puede verse la figura del guitarrista aproximándose a la lente de la cámara que está situada en la zona donde se revisa el equipaje. Viene acompañado de una mujer rubia teñida, que trabajaba en un bar de la ciudad de México y que, a propósito de casi nada y con varias botellas entre pecho, espalda y guitarra, había sido invitada por el guitarrista a su siguiente concierto en Toronto.

“El guistarrista tuvo que pagar 10 mil dólares de fianza por el cargo de posesión de heroína. Los aduaneros no analizaron el polvo que había dispersado el perro, les bastó, como prueba de la posesión, los sellos de su pasaporte que indicaban claramente que Jimi acababa de estar en Afganistán, Pakistán e Irán, ese territorio de donde sale 80 por ciento de la heroína que se consume en Europa y que es mejor conocido, gracias a la forma que tienen los tres países juntos y a la visión gastronómica de los franceses, como Le corissant d’or (el croissant –o cuernito– de oro).

“El resto de la historia fue reconstruido por un videoasta mexicano, que adquirió el video en una subasta de Sotheby’s y que, gracias a su exploración minuciosa, descubrió que la rubia de Hendrix llevaba uniforme de mesera y un gafete con el nombre de bar del Barón Rojo. A partir de este dato revelador, el videoasta amarró los cabos de una larga lista que empezaba con los testimonios de los meseros, se detenía en la reciente necropsia aplicada al perro aduanero de Canadá, y terminaba en los apuntes biográficos del mismo Hendrix.

“En mayo de 1969, Jimi aterrizó en la ciudad de México procedente de, efectivamente, el croissant d’or. Cómo su avión traía siete horas de retraso y eso era el equivalente a toda la noche, Jimi salió del aeropuerto cargando sus maletas y se acomodó en una mesa del bar que estaba enfrente, Pidió bourbon straight en numerosas ocasiones, mientras contemplaba al guitarrista de bar que amenizaba el ambiente de ese sitio vacío.

“Cuando las ocasiones de bourbon eran ya escandalosamente numerosas, Hendrix empezó a intimar con la mesera rubia teñida que al final se iría con él. La teñida, que hablaba buen inglés turístico, le preguntó por las guitarras que constituían la mitad de su equipaje y al rato, como eran natural (porque se trataba del único cliente), el guitarrista de bar ya lo estaba invitando a que subiera al tarimón con una de sus guitarras. Jimi desenfundó a Becky, su guitarra azul platinado, conectó el plug, liquidó el bourbon de un solo trago vaquero (o quizá cherokee) y se puso a tocar y cantar una canción para la teñida, que según las conclusiones del videoasta era Foxy lady. El guitarrista de bar acabó cediendo su lugar al Guitarrista, que llevaba un ritmo que no terminaría hasta cerca de las 5 de la mañana, cuando anunció que debía irse. El cocinero, que entonces tenía 60 años, cuenta que, en determinado momento, el guitarrista le pidió sus instrumentos para flamear plátanos al coñac y los aplicó en su guitarra platinada: “la roció de alcohol, le arrimó un cerillo y siguió tocando con los dedos entre las llamas”.

“Jimi abordó el avión con destino a Toronto, acompañado por la mesera. Ninguno de los asistentes a ese concierto accidental se enteró de que habían visto a un guitarrista de talla planetaria. La necropsia aplicada al perro aduanero de Canadá, reveló que la bolsa que se le reventó en las fauces, contenía un polvo especial para absorber la humedad en el interior del estuche de la guitarra…”

Que extraordinaria historia logró Soler, a propósito de Jimi Hendrix.

Después de su escala en México, y en otros puntos del orbe llegó aquel 18 de septiembre de 1970. Como ocurre con toda muerte inesperada de algún personaje del mundo del rock o el arte, también su punto final estuvo rodeado de mitos y elucubraciones.

La versión oficial dice que Jimi Hendrix compartía el tiempo con su novia Monika Dannemann en el Hotel Samarkand en Londres. En las indagaciones del caso, ella contó que el músico estaba trabajando “normal” en canciones para un nuevo álbum, y que ella misma le tomó algunas fotos en un jardín vestido con saco, una tetera y su inseparable Fender Stratocaster:

“Al día siguiente Jimi tenía una apretada agenda así que se fue a dormir temprano, pero a las 4 am despertó agitado, insomne así que quiso tomar dos pastillas para dormir (Vesperax), pero Monika le sugirió que no las tomara y ambos se quedaron platicando hasta las 7:00 AM hasta que a ella la venció el sueño mientras Hendrix le hablaba sobre sus planes futuros. A las 10:20 AM Monika despertó y aunque trató de seguir durmiendo ya no pudo conseguirlo, así que se levantó, fue a la cocina y preparó el desayuno. Hendrix seguía dormido, así que ella lo dejó dormir para que estuviera fresco por todas las actividades que le esperaban, mientras tanto, se fue a comprar cigarros. Cuando Monika regresó fue a ver si Jimi había despertado ya y notó una sustancia que salía de su boca, intuyó que algo estaba raro así que trató de despertarlo, pero no pudo por más intentos que hizo. De pronto, se dio cuenta que estaba parada sobre alrededor de 40 somníferos, de los cuales dedujo que Jimi había ingerido 10 (la policía después concluyó que habían sido sólo nueve). Monika llamó una ambulancia y al llegar, los paramédicos le dijeron que Hendrix simplemente estaba en un sueño muy profundo, noqueado por las pastillas y que pronto se repondría. Sin embargo, al llegar al hospital el corazón de Hendrix dejó de latir, pues en el trayecto sus pulmones se inundaron de vómito y no pudo respirar más.”

Durante años, en los hoyos fonky, el viejo Three Souls in my Mind de Alex Lora, Charly Hauptvogel, Ernie de León y Sergio Mancera mantuvieron la leyenda de Jimi Hendrix con la banda, con su canción Tributo a Jimi Hendrix, que a rito de rock and blues contaba:

Te acuerdas de Jimmy Hendrix/ No se te puede olvidar/ Te acuerdas de Jimmy Hendrix/ De su forma de cachear/ En mi corazón no ha muerto/ Ni morirá jamás…

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