LA TRIBUNA

Por: JHAD

Cuando Andrés Manuel López Obrador llegó al poder aquel inolvidable julio de 2018, mucha gente pensó que México iniciaría una nueva era, donde se pondría fin a los gobiernos abusivos y corruptos del PRI y del PAN.

Con la fuerza  moral que le otorgaron los votos en las urnas, el tabasqueño inició su sexenio con grandes expectativas de cambio, pero esas esperanzas parecen diluirse poco a poco. Sus formas y sus modos no parecen ser el camino correcto para llegar a cumplir lo que tanto prometió. De pronto se convirtió en un hombre extraño.

Su voraz enfrentamiento contra los que no piensan como él, ha polarizado a una sociedad que cada vez se encuentra confundida y envuelta en una crisis sanitaria, económica y de seguridad nunca antes vista.

Acostumbrado a ser oposición, el presidente no ha logrado entender que ahora es él quien encabeza al gobierno y tiene la máxima obligación de ejercer el poder para todos, no para unos cuantos, en búsqueda del bienestar del país entero.

Algo hay de resentimiento en el presidente que no lo deja actuar con soltura.

El pasado le molesta. Víctima de muchas injusticias logró sobreponerse a todo y pudo salir adelante, pero aún queda  en su inconsciente algo que lo atrapa y no le permite ver la luz completamente.

Honesto como pocos, el presidente ha permitido que en su gobierno participen elementos con historiales muy negros, que manchan el camino del cambio que ofrece  la cuarta transformación. Ese ha sido un lastre muy pesado que carga López Obrador y una contradicción enorme.

Sin afrontar los problemas que ahogan al país con la seriedad que merecen, el presidente no deja de culpar al neoliberalismo de todos los males de México y de pronto negocia con empresarios que trabajaron de la mano de los antiguos gobiernos.

Eso, solo él lo entiende y lo justifica. Y así confunde a todos. Es un hombre extraño.

La llegada del COVID-19 a nuestro país, era la oportunidad perfecta para lanzar un llamado a la unidad y trabajar juntos para vencerlo, pero no fue así, al contrario, el presidente buscó culpables y de nueva cuenta sembró la semilla de la división.

Atentos a sus posibles errores, los opositores no se han quedado atrás y utilizan todas sus herramientas para desprestigiar al primer mandatario, un día sí y otro también.  Esa dinámica no le sirve a nadie. Aquí alguien debe ser el más sensato y el mandatario es el único que puede hacerlo. Capacidad tiene de sobra.

La pandemia no se ha terminado y no hay certeza de lo que va a ocurrir en los próximos días. La situación económica no se vislumbra halagadora. La inseguridad sigue al alza y hoy más que nunca se requiere a un presidente fuerte,  conciliador y empático.

De nada sirve descalificar y buscar culpables por todos lados. Tampoco abona a la paz social el señalar a los que no piensan igual. En la democracia, un valor esencial es la libertad de expresión. Gracias a esa garantía, Andrés Manuel López Obrador pudo llegar a la presidencia, en un mundo controlado por las mafias panistas y priistas.

Aún hay tiempo. Es cuestión de ser inteligente. Soltar para gobernar con libertad. Escuchar a sus asesores y actuar en consecuencia. Por lo pronto, debe dejar atrás las injurias y ver por los que menos tienen pero también para las demás clases sociales. Este es el justo momento en que el estadista debe aparecer.

Honesto, valiente, firme y decidido, Andrés Manuel quiere hacer historia con la cuarta transformación. Puede ser terco, obstinado, rijoso y hasta contradictorio, pero tiene el valor de ser un tipo distinto que ama a su país y que gracias a su perfil de luchador social puede cambiarlo y mejorarlo. La última palabra la tiene él, solamente él.

Sin duda alguna, López Obrador puede lograrlo porque es diferente al resto de sus antecesores.

Sus promesas de un cambio verdadero son la esperanza de muchos, aunque a veces parece que será imposible que las cumpla porque se apoderan de él sus recuerdos de un pasado lleno de descalificaciones.

Es necesario que apunte al presente y al futuro de este país y que vuelva a ser, el hombre de convicciones por el que votaron millones de mexicanos. Hoy el país lo necesita entero y pleno. De nada sirve que de repente se comporte como un hombre extraño.

 

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