En el campamento el movimiento compartió cerca de 50 días de sentimientos encontrados: resistencia, firmeza, dolor e impotencia; pero no se permitió que la rabia carcomiera el espíritu y se mantuvo -a veces languideciente pero siempre presente-, la llama de la esperanza.

El campamento que conmovió a México en protesta por el fraude electoral que favoreció al usurpador Felipe Calderón fue para nuestra generación la gran escuela de formación política, un luminoso asidero para darle la vuelta con sabiduría popular y compañerismo al odio y la violencia.

Un sábado asistió Ernesto Gómez Cruz o El Azteca a compartir un performance en homenaje a Los Caifanes, y dar un mensaje de ánimo al movimiento, que era rico en actividades culturales. Ahí recordamos la historia trashumante de La Diana Cazadora, que no ha significado solo piedras sino memoria viva de las luchas libertarias contra el conservadurismo de otras décadas.

La Diana Cazadora fue una pequeña ciudadela universitaria donde se apostó el Frente Universitario de Apoyo Crítico a López Obrador cuyo lema era “ayudarlo a ganar, obligarlo a cumplir”, y al lado estaba ubicada simbólicamente la delegación Coyoacán en plena avenida Reforma. Cientos de estudiantes asistíamos todos los días a ese punto para pernoctar, participar en las acciones del movimiento, informar e informarnos. Justo al lado de los universitarios también pernoctaba Marcelo Ebrard, que, aunque ya era jefe de Gobierno electo lo cierto es que siempre actuó en congruencia con la causa.

Hay que tener presente que todo aquel mes de julio, previo al campamento desde diversas maneras y voces se había demandado el recuento voto por voto y casilla por casilla de los paquetes de la elección presidencial; porque desde la misma noche de la jornada electoral se fueron multiplicando a ojos de México y del mundo las evidencias del fraude electoral, a partir de fotos y testimonios donde los resultados de las actas y las sabanas colocadas afuera de las casillas de votación que daban la ventaja a AMLO, no coincidían con el conteo del IFE, y confirmaban la sospecha del uso de un algoritmo cibernético, y otras anomalías para manipular las tendencias a favor del panista Felipe Calderón.

El plantón fue el renacimiento de las flores y la voluntad de vivir en pleno mundo de cemento y asfalto. En una de las horas más adversas del pueblo floreció la palabra, el dialogo, la imaginación y la creatividad como instrumento contra el poder.

Surgió un plan muy activo de lucha durante julio y agosto, pero nunca violento de resistencia: “Habíamos bloqueado los accesos al Consejo Coordinador Empresarial. A la torre de Mexicana de Aviación. A la panificadora de Bimbo en Iztapalapa. Jesusa Rodríguez había hecho una visita guiada en la que llevó a los más pobres a conocer los palacios de Santa Fe. Elena Poniatowska había tomado simbólicamente el Banco de México. Daniel Giménez Cacho había encabezado un desfile de tamborileros y trompetistas en el lobby del hotel Fiesta Americana, mientras desde el quinceavo piso la actriz Micaela Gramajo colgaba de la ventana de su cuarto una manta vertical que decía “No al fraude”. (Avilés, 2012).

Pero la resistencia no solo fue política, se extendió como un estilo de vida fincado en la rebeldía contra el desánimo, por eso a nuestro plantón lo llamó Jaime Avilés una gran clínica contra el odio, la depresión y la represión. Un hospital de terapia intensiva para damnificados del neoliberalismo y su deshumanización.

En una esquina hubo una boda tipo kermes de dos abuelitos militantes, en otra se proyectaban en una tele los videos sobre el fraude de 1988 del Canal 6 de julio “esa película ya la vimos”, en otra se jugaba ajedrez o había charlas de historia, y más allá tocaba el Panteón Rococo para los chavos skates en el monumento a la Revolución.

Todos los días a las 7 de la noche se hacía un silencio, pues AMLO daba a esa hora un mensaje desde la plancha del Zócalo, no había tanto uso de redes ni teléfonos, a los que estábamos en La Diana el mensaje nos llegaba de voz en voz, “¿qué dijo? Que los del tribunal son paleros… ahhh si, que son culeros”. A veces se descomponía el teléfono colectivo, pero cuando había una cita importante el mensaje llegaba con rapidez y claridad asombrosa.

La gente lloró con el coro monumental de niños que cimbró una tarde memorable, había también trueque de libros, historias y besos. No había desamparo por estar en la intemperie, ni solemnidad, aunque si seriedad, sobriedad y compromiso real con la causa, no se permitió el lumpenaje político ni la provocación. A los que se quisieron infiltrar se les obligó a respetar las reglas del movimiento, entonces no tuvieron otra que sujetarse o irse a otro lado a ver como reportaban a radio Gober.

Escribió AMLO: “Los 48 días y noches que pasamos en los campamentos fueron realmente extraordinarios. Fue una gran experiencia: volvimos a constatar la generosidad de la gente, su actuación responsable; vivimos juntos momentos de tensión; padecimos de la incomprensión de muchos y de las inclemencias del tiempo; compartimos momentos de tristeza y alegría; aprendimos más sobre la política y reafirmamos nuestras convicciones; pero, sobre todo, de allí surgió la decisión de declarar abolido el régimen de corrupción y privilegios y tomar el camino de la construcción de la nueva República”. (López Obrador, 2007).

Sin duda, nuestro campamento fue un acto fundacional, cuyo alcance apenas comienza a identificarse con el devenir del proceso histórico de la 4ª transformación. “El plantón —seguramente hay quienes jamás van a admitirlo— cumplió tres funciones. Evitó que estallara y se desbordara la violencia. Fue una elaboración masiva del duelo: nos ayudó a superar la tristeza y la desesperanza. Dio origen a una organización social que, durante los cinco años de la catástrofe calderónica, hizo contrapeso al gobierno, impidió la privatización ilegal del petróleo, resistió los ataques cotidianos de los levantacejas, de los politólogos electrónicos, de los “humoristas” radiofónicos, de las plumas a sueldo, y superó todos los obstáculos que el poder en su conjunto le puso en el camino y logró llegar a las elecciones del 2012 con mucha más fuerza que en el 2006”. (Avilés, 2012).

En el campamento sollozamos de impotencia cuando el tribunal rechazó el 5 de agosto la demanda de abrir paquetes electorales y decidió solo recontar el 9% del universo total; apretamos la mandíbula cuando el 28 de agosto el TEPJF declaró validos los comicios presidenciales; pero también supimos que nunca sería en vano la lucha cuando el 13 de agosto López Obrador tuvo la altura de miras de presentar la convocatoria a una Convención Nacional Democrática para el 16 de septiembre, y referir así que vendría para todos la tarea de construir un Gobierno Legítimo, que iba a acompañar al pueblo en esta lucha, y que nadie nunca nos íbamos a quedar cruzados de brazos ante los atracos y las injusticias del pasado o el futuro.

Estallamos de júbilo cuando Vicente Fox se tuvo que ir a dar el grito a Guanajuato, pues la plaza era nuestra aquel 15 de septiembre, y se logró que la ceremonia de Independencia la encabezara el Jefe de Gobierno sustituto de AMLO, que era parte del movimiento.

*Este texto forma parte de un trabajo más amplio que se denomina: Los años de la resistencia, que será publicado en esta columna por entregas.

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