En el contexto del 15 de septiembre de 2006, donde crecía la tensión porque el Zócalo estaba tomado por el movimiento de resistencia contra el fraude, y se vislumbraban los escenarios del tradicional “Grito de Independencia” y el “Desfile militar del 16 de septiembre”; el presidente de Venezuela, comandante Hugo Chávez, reiteró su negativa a reconocer al gobierno espurio de Felipe Calderón Hinojosa. Durante una entrevista con la cadena de televisión CNN, Chávez advirtió: ”En México, las instituciones reconocieron el triunfo del candidato de la derecha; bueno, ese es México. Yo no voy a inmiscuirme en esas cosas, sólo digo que no reconozco al gobierno electo”. Con este gesto, Hugo Chávez se puso muy encima en cuanto a talla moral e histórica de otros mandatarios del mundo.
El 13 de agosto, en una jugada maestra del tablero que vendría precisamente para las fiestas patrias, AMLO convocó a la Convención Nacional Democrática precisamente para el 16 de septiembre, dónde delegados de las bases del movimiento de todo el país, decidirían democráticamente el destino de la lucha; y así finalmente ocurrió para sortear los riesgos de provocaciones en el contexto de las conmemoraciones de septiembre, que implicaban la posible presencia del “presidente” Fox en el Zócalo.
Lo importante era dar perspectiva de largo aliento al movimiento, no avalar el fraude electoral y no caer en la violencia. Entonces no habría mejor camino que una decisión fundada en el consenso más amplio de la nueva generación popular que irrumpía en la escena nacional.
El 25 de agosto se definió el lema de la CND: “Sufragio efectivo, no imposición”; sería el más grande evento democrático de la historia, quizá comparado con la formación de la División del Norte de Francisco Villa, y en los inicios del siglo XXI más de un millón de personas incidirían en la nueva organización.
En asambleas populares se eligieron a los delegados que participarán en la reunión. “Vamos adelante para hacer que se respete el triunfo presidencial de Andrés Manuel López Obrador“, estableció la actriz Jesusa Rodríguez, también integrante de la comisión nacional organizadora de la CND, y divulgó un mensaje de apoyo de los partidos integrantes del Foro de Sao Paolo al movimiento de resistencia que encabeza López Obrador. “Los partidos integrantes del Foro de Sao Paolo y otros partidos invitados al Seminario: Experiencias de gobierno de los partidos de izquierda y progresista en América Latina y el Caribe manifiestan su apoyo al reclamo de voto por voto, casilla por casilla, hecho por la coalición Por el Bien de Todos en México “expresamos nuestra preocupación por el intento de imposición de un candidato sobre quien pesa la sospecha de un fraude y un manto de ilegitimidad”, destacó el texto de la llamada “Declaración de Montevideo”. El documento fue firmado por líderes de partidos políticos de Cuba, El Salvador, Nicaragua, Puerto Rico, República Dominicana, Argentina, Brasil, Perú, Colombia, Uruguay y Venezuela.
De cara a la CND, resonaban las palabras de Carlos Monsiváis y Sergio Pitol expresadas en los días previos de julio: “Las causas que funcionan sólo a corto plazo son apenas y en rigor promociones publicitarias o desahogos emotivos. La batalla por la democracia es una causa permanente que en este caso pasa por la defensa del voto y de los votantes, de todos los que acudimos el 2 de julio sin excepción. Nuestra causa a corto, mediano y largo plazo es la construcción de la democracia”.
El 15 de septiembre el movimiento tenía que mantener tomada la plaza del Zócalo pacíficamente, evitar el “Grito” de un gobierno foxista que había traicionado a la democracia y dar el propio “Grito de los Libres”, permitir el desfile militar sin ninguna violencia, y después, lo central: transitar en la Convención Nacional Democrática como instrumento para una batalla de trascendencia histórica para las siguientes décadas. Se necesitaba una jugada de varias bandas en dos días que harían historia. Pero acechaban los fantasmas de los rumores, los golpes bajos de un sector burocrático del movimiento que quería arriar banderas, y las presiones del gobierno federal para “liberal” el Zócalo, con alegatos ridículos e incongruentes repetido por el coro de la prensa chayotera, pléyade de locutores y levantacejas que en el 2006 vivió una de las páginas más negras que llevaron a varios medios al basurero de la historia.
Finalmente se impuso la sabiduría popular, se defendió la plaza con firmeza y con inteligencia; Fox se tuvo que ir a dar el “Grito” a otro lado, en el Zócalo lo dio el movimiento, al otro día se despejó la plaza para permitir el desfile, pero no con las manos vacías, pues el pueblo retorno alegre al día siguiente para inaugurar el más grande y multitudinario congreso fundacional y democrático.
La noche del 15 de septiembre fue una fiesta de esperanza, con un nudo en la garganta por la imposición del fraude, pero con el anhelo vigente en el corazón y la sangre y la certeza de que algún día se habría de lograr vencerse a los que esos días se presumían como vencedores.
Narró Jaime Avilés:
“Lo primero que hizo Andrés Manuel López Obrador cuando terminó la ceremonia del Grito fue bajar del templete y meterse entre la multitud que atiborraba el Zócalo coreando insistentemente su nombre, al cabo de una fiesta en la que la voz de Eugenia León inundó de música la luz de las estrellas y el espectáculo de los fuegos artificiales reveló la cohesión de una plaza unida. Esta vez no tanto por su apego a las tradiciones, sino por su hambre de un futuro inmediato distinto.
“En el balcón del antiguo Palacio del Ayuntamiento, donde el jefe de Gobierno del Distrito Federal pronunció la letanía solemne del ritual septembrino y añadió un “¡Viva la soberanía popular!”, los rostros felices de doña Rosario Ibarra de Piedra, de Alejandro Encinas y de sus respectivos acompañantes contrastaban con la cara tiesa, incómoda, cargada de angustias y de enojo del titular de la Secretaría de Gobernación, Carlos Abascal Carranza, a quien la gente le exigió a gritos que se fuera en el instante en que el representante de Vicente Fox se asomó para participar en la ceremonia.
“A las 8 de la noche, nada auguraba la apoteosis que alcanzaría la fiesta. Menos de la cuarta parte de la plaza del Zócalo estaba ocupada por los visitantes, había enormes extensiones de asfalto vacío, los vendedores de garnachas, confeti, espuma, banderas, rehiletes, cachuchas, sombreritos, camisas artesanales y demás, no estaban haciendo su agosto en la exacta de septiembre. Era como si el miedo a que los partidarios de López Obrador y los devotos de la conmemoración pudieran trabarse en una lucha fratricida.
“La víspera, bien entrada ya la noche del jueves, cuando los últimos campamentos habían sido desmantelados y el control perredista de la plaza se disolvía rápidamente, comenzaron a entrar grupos de personas jóvenes, sin vínculos con el movimiento, poseídas de la ira antiobradorista que todas estas semanas cultivó la televisión, y sin medir las consecuencias, dando rienda suelta a sus emociones primarias no tuvieron empacho en ponerse a gritar insultos a los de la resistencia civil pacífica que se estaban retirando.
“Anoche, a saber, por qué, todo fue distinto no sólo respecto de la víspera sino de años anteriores cuando la ceremonia fue encabezada por Vicente Fox. No había retenes de la Policía Federal Preventiva, ni agentes del Estado Mayor Presidencial, ni atmósfera de estado de sitio, ni la presencia inconsútil de una aristocracia invisible tras los balcones de Palacio Nacional para la cual el populacho constituía una amenaza que debía ser sometida a la más estricta de las revisiones. No, anoche, por el contrario, el clima era de total distensión, y los mínimos retenes de la policía capitalina eran amables fronteras por las que uno tenía que alzar los brazos y mostrar el cuerpo sin ser palpado para poder franquearlas.
“Tampoco había antagonistas políticos, ni provocadores, ni simpatizantes del partido de la derecha católica, ni emblemas ni nada que aludiera o recordara la existencia del apellido Calderón. A las 9:30 de la noche, el Zócalo estaba lleno, hasta los topes, y era ciento por ciento, expresión del movimiento de resistencia civil pacífica que desde la mañana del domingo 30 de julio se había plantado allí para emprender la lucha contra las instituciones electorales que escamotearon la victoria a López Obrador.
*Expresiones populares
“Carteles con leyendas contra Cuauhtémoc Cárdenas, a quien insistían en tachar de “traidor al pueblo” y muchísimos más que unían los apellidos López y Obrador a la palabra presidente, flotaban sobre la marea de las cabezas humanas bañadas por la luz de los reflectores que emanaba del templete, cuando Eugenia León se colocó en el proscenio y comenzó un recital de canciones populares que estrofa por estrofa el gentío le coreó, fortaleciendo la sensación de que ésa era la fiesta de los vencedores, no de la supuesta minoría que fue avasallada por una fuerza política más grande y poderosa que once semanas después del 2 de julio todavía no ha tenido, en ninguna parte del país, no digamos una noche sino tampoco siquiera una hora como ésta en que la maravillosa vocalista veracruzana volvió a conseguir que su cuerpo sonara intensamente como un instrumento nacido y cultivado a lo largo de épocas para cantar.
“Regina Orozco, vestida de china poblana, sustituyó a Eugenia acompañada de un mariachi para aventarse una ranchera, pero una vez que ésta llegó a su término, Jesusa Rodríguez intervino para recobrar el micrófono y advertirle a la muchedumbre que la ceremonia del Grito estaba por comenzar.
“Fue entonces cuando en el antiguo Palacio del Ayuntamiento Abascal Carranza apareció en el balcón de Encinas para recibir el inmediato abucheo de la gente, y para su fortuna, cuando el jefe de Gobierno de la ciudad terminó de gritar los vivas a los héroes de la Independencia, al prócer de la Reforma y a la soberanía popular, toda la plaza volteó al cielo en espera de los fuegos de artificio, pero éstos, como si al cohetero se le hubieran perdido los cerillos, tardaron cinco larguísimos minutos en iniciar su espectáculo, una tardanza que fue ampliamente recompensada por el estallido de miles de luces de colores que una y otra vez ascendieron al cielo describiendo tercamente la “V” de la victoria.
“A decir verdad, mientras de Guanajuato llegaban reportes de que Fox había dado su Grito de prisa y debajo de un señor chubasco, la fiesta del Zócalo no parecía de ningún modo la de los vencidos, sino al contrario. Cosas de la vida que, bien decía Juan Rulfo, nunca ha sido muy seria en sus cosas.”
El 15 de septiembre con la plaza tomada por el pueblo organizado revirtió la afrenta del 5 de septiembre, cuando sin atender las evidencias del fraude, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, declaró a Felipe Calderón “presidente electo”, el llanto de ese día se convirtió en alegría y firmeza el 15 de septiembre, cuando los rostros bajo los fuegos artificiales de cientos de miles de ciudadanos nos volvimos a encontrar.
*Este texto forma parte de un trabajo más amplio que se denomina: Los años de la resistencia, que será publicado en esta columna por entregas.