En estos días es difícil escribir de un tema diferente al COVID19. Aunque algunas autoridades quisieran que así fuera para evadir su responsabilidad y desviar la atención hacía otros temas menos complicados, pero ni modo, no hay de otra.
Sin ver la luz al final del túnel, habrá que acostumbrarnos a vivir y convivir con un virus muy peligroso por largo tiempo y en ese sentido, todos seremos responsables de que esa convivencia, sea efectiva, muy segura y sin riesgos.
El problema radica en que para que eso suceda, debemos de estar muy conscientes y preparados para no caer en la tentación de sentirnos libres, como si el peligro de un contagio estuviera muy lejos.
En días pasados, mi yo irresponsable, decidió salir a darse una vuelta por el tianguis de mi colonia y después de hacer unas compras, me lancé al súper para buscar algunos accesorios para mi departamento y de paso, salir de la rutina que ya me tiene un poco aburrida.
Lo que me encontré por mi paso en esos dos lugares me dejó helada, enojada, triste y muy reflexiva. Es lamentable observar que existe gente que no tiene la mínima intención de adaptarse a la nueva normalidad.
No se si sea ingenua, ignorante o soberbia, pero en ninguno de los casos respetan las medidas sanitarias que nos han sugerido hasta el cansancio en todos los medios de comunicación. Parece que a nadie le interesa y eso duele y mucho.
De esto, ningún gobierno tiene la culpa, que quede muy claro.
Es la gente que, desbordada por un entusiasmo falso, toma el confinamiento como un periodo vacacional más y salen en galope a los mercados, a las plazas, y a las tiendas de convivencia, sin importar que estemos en medio de una pandemia que lleva casi 70 mil muertos en nuestro país.
Cubierta con mi inseparable cubrebocas y unos lentes especiales, recorrí primero el tianguis. Ahí, jamás, nadie respetó la sana distancia. Algunos comerciantes despachaban sus productos sin la más mínima norma de higiene.
Por más que intentaba librarme de la gente que caminaba detrás de mi a una cercanía muy peligrosa, nunca pude zafarme de esa incómoda situación. Aún así, pude comprar mis verduras. Como loca compulsiva, me puse gel y aceleré el paso para llevar mis cosas a mi departamento.
Después de darme un baño, me lancé a un centro comercial donde pensé e imaginé que todo sería diferente, pero no. Fue peor.
El estacionamiento estaba a reventar. Encontrar un buen lugar me costó trabajo, pero pude acomodarme finalmente. Al bajar de mi coche, comenzó el caos. Vi como familias enteras trataban de entrar al super sin ninguna medida de higiene.
Madres discutiendo para que las dejaran entrar con sus hijos. Hombres de prisa, buscando comprar un cubrebocas para poder entrar al centro comercial. Filas interminables en los cajeros, con la gente encima una de otra, sin el mínimo respeto a la sana distancia.
Dentro del establecimiento, la locura estaba presente. Como en el tianguis, la gente desesperada por comprar, no conoce límites ni frenos. Los señalamientos son solo utilería, porque ni los usuarios, ni los empleados los respetan.
Qué triste es pensar que muchos pueden estar contagiados y con su presencia pueden afectar a otros. Entiendo que hay gente que necesita salir por necesidad, pero también entiendo que es muy cuidadosa y siguen todas las medidas sanitarias. Esa gente merece mi respeto, la irresponsable mi desprecio.
Agobiada, triste, enojada, preocupada y reflexiva terminé mi día. En la noche, no pude conciliar el sueño. Me dio vergüenza toda esa gente que le vale madre la pandemia. Esa gente que no respeta el luto de muchas familias. Esa gente que no cree que esto que vivimos sea real.
Me avergoncé de todos, pero también me avergoncé de mí, porque anduve de metiche por los mismos lugares donde nadie respeta las medidas sanitarias que nos han recomendado las autoridades y haciendo lo mismo que hacen los irresponsables. ¡Qué pena!… Bye.