El presidente Andrés Manuel López Obrador rendirá su segundo informe de gobierno este primero de septiembre, con una aprobación popular muy aceptable y sorprendente.

A pesar de que el país sigue sin un crecimiento económico sostenido, envuelto en una crisis sanitaria incontrolable y una ola de inseguridad y violencia que tiene en vilo al país entero, la aceptación a la labor del primer mandatario, sigue firme y con números positivos.  

Hábil en su implacable oratoria, ha logrado convencer a sus seguidores de que el país marcha por buen camino. Esa virtud es su fortaleza. Es tal su fuerza discursiva que convence, que emociona y que persuade.

No importa que el mundo se derrumbe. Sí Andrés Manuel  dice que no se está derrumbando, sus huestes le creen y  le celebran. Lo que dice el presidente se convierte en dogma. Y ese ha sido su modus operandi durante el tiempo que lleva ocupando la silla presidencial.

Inteligente y camaleónico, el presidente conoce al pueblo. Conoce sus limitaciones y sus aspiraciones. Tiene la palabra perfecta en el momento perfecto. Sabe qué decir, qué prometer, a quien señalar y en qué momento desviar la atención en un asunto negativo para él. Es sin duda un genio para comunicar.

Ha manejado los tiempos políticos con un impecable acierto. Ha llevado al banquillo de los acusados a personajes siniestros, que sin tener un juicio en tribunales, en lo mediático ya son culpables y responsables de las tragedias que vive nuestro país. Todo lo pone a su favor.

Ese fenómeno social que representa el jefe del ejecutivo,  le ha permitido afianzar su proyecto de la cuarta transformación, aunque sea solamente en una retórica adornada y con muy pocos logros que celebrar.

 Y esa personalidad avasallante es la que convence a sus seguidores y lejos de perderlos, los mantiene y permite que su popularidad no sufra descensos dramáticos. Esa es su gran virtud.

Sin contrapesos serios y respetables, sin autocrítica, con una oposición debilitada y dividida, el camino del presidente Andrés Manuel López Obrador parece ir viento en popa.  Salvo que una  muy mala jugada apareciera y pusiera en riesgo su popularidad.

Y tendría que ser una jugada más fuerte y contundente  que la exoneración de Manuel Bartlett. O más escandalosa que las andanzas de Sanjuana Martínez en Notimex, de Eréndira en la Función Pública, de John- donde quiera que colabora, de Ana Gabriela Guevara en la Conade,  y el reciente video de su hermano Pío recibiendo dinero. Jugadas que solo fueron un pellizco minúsculo al poderoso mandatario.  

Ante estos eventos, queda muy claro que nada parece dañar la imagen ni el prestigio del presidente, a pesar de ser bastante visible que en su equipo también hay personajes nefastos, y con historiales muy similares a los que ahora, acusa y señala.

Arropado por el cariño popular ha sabido sortear con pericia esos malos momentos. Con la magia de su palabra, hace olvidar lo negativo y busca la forma de defender lo indefendible y  lo logra magistralmente. Por eso es difícil que alguien pueda afectarlo seriamente. Nada lo derrumba.

Dentro de su discurso persuasivo y a veces mesiánico, Andrés Manuel López Obrador no se ha cansado en señalar que no es igual a sus antecesores, pero en las acciones muy poco ha cambiado y tiene más similitudes que diferencias.

Sus seguidores le creen, le aplauden y le adulan. Sus incondicionales celebran sus chistes y ocurrencias. Sus preguntones a modo, se encargan de difundir en sus espacios virtuales todo lo bueno del presidente, sin una pizca de crítica. Para ellos, todo lo que hace y dice el mandatario es positivo y perfecto.  Ese es el mundo feliz del gobierno obradorista.

Sin grandes expectativas, el segundo informe de gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, será la crónica anunciada de un país próspero, abundante y maravilloso. Los aplausos serán los de siempre. Las promesas y resultados también serán los de siempre. Nada ha cambiado.

Casi todo sigue igual. Los rituales, los símbolos, los escenarios son los mismos. Solo cambió el discurso. Un discurso amable, prometedor pero sin sustento. Fue solo eso. Continúan los mismos vicios, las mismas formas, los mismos problemas y los mismos abusos de poder. Basta salir a la calle y observar la realidad fría y contundente que aqueja a este país.

Son los hechos los que marcan la historia. Y esta historia tiene a un personaje que con su exquisita retórica ha pintado un México formidable, pero solo en la narrativa. Una narrativa que le permite mantener la aprobación ante la opinión pública.

Hábil, astuto y experimentado ha querido formar una imagen distinta a la de los políticos tradicionales pero en los hechos, es muy similar a todos. Andrés Manuel López Obrador no tiene nada de diferente, y eso es una verdadera contrariedad, pero aun así, muchos lo aman incondicionalmente.