El roce constante que mantiene el presidente Andrés Manuel López Obrador con diversos medios de comunicación, principalmente con sus columnistas, articulistas y opinadores, no es nada nuevo. Es una larga y conflictiva historia que contiene bastantes episodios desagradables, donde el gran perdedor siempre fue el tabasqueño.
Desde su época como candidato, la relación fue tortuosa. La diferencia consistía en que la mayoría de esos medios, servían al poder de manera rastrera y sinvergüenza. Mientras él, solo y su alma, buscaba la forma de llegar a la gente, sin el apoyo mediático. Era una disputa muy dispareja.
Como aspirante presidencial sufrió una persecución y una campaña permanente de desprestigio y agresiones. Las coberturas de sus mítines eran menospreciadas por los gigantes de la comunicación de este país.
Esas acciones le dejaron una honda huella en sus emociones que no ha podido superarlas, a pesar de que los escenarios cambiaron. Esa puede ser una de las razones de su enojo permanente con los periodistas.
Sin grandes posibilidades de defenderse, Andrés Manuel López Obrador, batalló con ese estigma durante mucho tiempo. El ejemplo más fresco es la injusta campaña de difamación y ordenada por Vicente Fox y capitalizada por Felipe Calderón en 2006, donde lo colocaron como un peligro para México.
Sin embargo, y para sorpresa de esos grupos del poder corrupto, doce años después, la historia y el tiempo cambiaron radicalmente. Lo que no cambió fue la animadversión del actual presidente hacia los medios de comunicación.
Aunque, como una medida estratégica, ha querido matizar ese resentimiento con sus antiguos delatores como Televisa y Televisión Azteca, incorporando a sus dueños al Consejo Asesor Empresarial de su gobierno. Esta sin duda es, una prueba más de su incongruencia. Por increíble que parezca, se alió con sus viejos enemigos.
Con esa contradicción a cuestas, el presidente ha sido un puntual crítico de todos los medios de comunicación serios, incluyendo a sus periodistas, que han evidenciado sus tropiezos y malas decisiones, utilizando como medio, sus conferencias de prensa todas las mañanas en Palacio Nacional.
Muchas veces con razón y otras no tanto, la narrativa es la misma. Atacar a quien lo ataca. No importa si hay argumentos sólidos que lo exhiban. Para él, esos argumentos no tienen importancia. Se está con él o en contra de él. Con él no hay términos medios. Lamentablemente esa es su lógica.
Bajo esa premisa, señala que está utilizando su derecho de réplica para defenderse de quien lo ataca, sin importar que dañe la reputación de verdaderos profesionales del periodismo.
Lo que olvida el presidente es que su tribuna mañanera es la más importante desde que asumió el mandato en 2018. Para sus seguidores, sus dichos son verdades irrefutables. Quien es tocado y señalado por la palabra del mandatario, corre el riesgo de ser insultado y agredido, simplemente porque cuestionan las acciones de su gobierno.
Este fin de semana, fiel a su costumbre y haciendo a un lado los múltiples problemas que ahogan al país, tuvo la ocurrencia de presentar un análisis de las más importantes columnas de opinión de diferentes periódicos del país, donde expone que el 66 % de estos textos son desfavorables para el gobierno de la 4T.
Es evidente que, en muchos casos, la mala leche de varios columnistas es cierta. Los insultos siguen siendo los mismos, pero el presidente no distingue que esos trabajos son simplemente opiniones.
Nada es verdad ni es mentira, es simplemente el punto de vista de estos tipos que tienen intereses particulares, de los cuales se sirven para sacar provecho a su favor y, por supuesto al grupo al que pertenecen. Es un género subjetivo por naturaleza.
Valdría la pena decirle al presidente que el periodismo tiene el propósito de proveer información veraz y oportuna a la sociedad, para que esta haga valer sus derechos y encuentre soluciones sustentables para enfrentar los desafíos de la vida. El periodismo y la libertad de expresión son vitales para el desarrollo de una democracia plena.
Tal vez por eso se enoja cuando alguien describe con argumentos sólidos, la realidad del país. Nadie lo inventa. Son investigaciones serias y consolidadas. Esos trabajos los hacen los periodistas, los que cumplen con el rigor que la profesión amerita. Y son esos a los que el presidente insulta y agrede porque no le aplauden. Al presidente solo le gustan los aplausos, las críticas no.
Que sus enemigos opinen y se defienda de ellos está muy bien, pero que no se lleve en sus arrebatos a los verdaderos periodistas que viven al día, que son agredidos sin razón y que solo cumplen con su labor informativa.
Es tiempo de rescatar y dignificar la actividad periodística. México es uno de los países del mundo más peligrosos para ejercerlo. Es una profesión amenazada por el crimen organizado y por miles de políticos corruptos que se niegan a desaparecer.
En lo que va del sexenio de Andrés Manuel López Obrador, se han registrado 15 asesinatos de periodistas, sin que, hasta el momento exista una ley que los proteja. Pero eso, sí, el señor presidente se sienta en la mesa de honor con dos de los sus más encarecidos rivales y que son los dueños de los medios que más lo atacaron durante su etapa de candidato.
Dos hombres que le hicieron ver su suerte hasta hace muy poco tiempo: Emilio Azcárraga y Ricardo Salinas. Y para ellos, todo el apoyo, todos los recursos y todo su cariño. A ellos no los agrede. A ellos los venera.
Mientras en la mañanera , la ira presidencial es dirigida contra los periodistas que cuestionan, que incomodan, que investigan. Una situación que duele y preocupa a todos, porque no es congruente y mucho menos solidario.
De nada sirve polarizar y seguir insultando al gremio con sus resentimientos absurdos. Ante este escenario tan desolador y bipolar no se entiende por qué tanto enojo del presidente con los periodistas, si lo único que hacen es retratar la realidad de un país, al que no puede gobernar con acierto.