LA TRIBUNA

Por JHAD

Dominando completamente el escenario político, económico y social, y convencido ciegamente de que es el líder moral del país entero, Andrés Manuel López Obrador, no ha podido establecer su proyecto de nación, tal como lo prometió durante su largo peregrinar para llegar a la presidencia de la República.

Con un país en crisis permanente, las acciones que ha tomado el primer mandatario no han sido suficientes para tener alguna mejoría. La manera en que ha encarado los miles de problemas que agobian a la sociedad mexicana carece de argumentos serios, reales y sólidos.

Experto como pocos en el manejo de la comunicación, el presidente informa diariamente en la conferencia mañanera sobre el estado que guarda la nación, donde menciona que en México todo marcha bien y en orden.

Suele decir que la gente de nuestro país, vive alegre y en armonía porque ya se acabó la corrupción y bajo su mandato, se terminaron un sinfín de vicios que hundieron a la nación en una crisis dolorosamente profunda.

Y aunque el punto de vista del ejecutivo es optimista, los hechos demuestran otra cosa. Hay muchos flancos que no se han atendido con la precisión que se requiere, pese a la buena voluntad del López Obrador.

Uno de ellos es el tema de la corrupción. Aquí, el líder de la cuarta transformación, ha sido permisible y puede costarle mucho a su proyecto porque no hay coherencia entre lo que dice y en lo que hace.

En el gabinete de López Obrador existen algunos elementos que tienen un historial muy poco transparente y el tabasqueño se ha empeñado en defenderlos a capa y espada, a pesar de ser muy notoria la mano negra de esos personajes.

A los poderosos empresarios les otorga contratos sin licitación pública, porque según él, ya se acabó la corrupción y todas las operaciones son transparentes. Los recibe en Palacio Nacional con bombos y platillos para privilegiar sus inversiones.

En ambos casos, el mandatario les brinda atención, protección e impunidad, además de ofrecerles un trato muy especial, muy de amigos.

De nada sirven las impecables investigaciones que han presentado diversos medios de comunicación, donde se da cuenta de las anormalidades que se cometen en nombre del nuevo gobierno, porque nunca hay consecuencias.

Por el contrario, quien se atreve a cuestionar esas acciones, es señalado como un enemigo del proyecto y queda estigmatizado en un sector de la sociedad que no tiene por costumbre analizar los hechos objetivamente.

En días recientes, dos personajes muy cercanos al presidente fueron señalados por presuntas irregularidades en sus respectivas labores.

Al conocer los hechos, el primer mandatario de inmediato salió a descalificar las investigaciones, argumentando que era una mentira más de los opositores, a pesar de que existen pruebas muy sólidas de que no es así.

Al ser cuestionado por las demandas en contra de Ana Gabriela Guevara, titular de la CONADE y Sanjuana Martínez, Directora de NOTIMEX, López Obrador, minimizó los hechos y reiteró que les tiene una gran confianza a sus colaboradoras, evidenciando el permanente desdén que el tabasqueño le tiene a los medios de comunicación y personajes que no piensan igual que él.

Experto en señalar culpables para desviar la atención de sus propios errores, el presidente ha entrado en una dinámica muy peligrosa. Es muy evidente que no le gustan las críticas.

Su alter ego está muy elevado. Lejos está aquel hombre sensible y abierto que conquistó a casi 30 millones de mexicanos en 2018. Urge que vuelva a la realidad y actúe con los principios que lo llevaron al poder.

Actuando como hasta ahora, su proyecto de nación peligra. Un gobierno debe ser transparente, justo, equilibrado, democrático y sin ocurrencias. Hay que gobernar para todos. Esa era su premisa, recuérdelo… con el pueblo y para el pueblo entero sí, privilegiar a los amigos no…