En los tiempos aciagos del neoliberalismo en México (1982-2018), la figura del mejor Presidente del siglo XXI, el General revolucionario Lázaro Cárdenas del Río, emergía siempre como nuestro gran asidero, recordándonos que el pueblo es soberano de elegir su destino, que la educación pública ha sido el gran motor de las transformaciones, y que honrar nuestra historia es redimir el esfuerzo de quienes lucharon y murieron por la Revolución Mexicana, proyecto nacionalista que cristalizó anhelos precisamente en el periodo cardenista (1934-1940) y que trazó un camino que es luz para nuestros días.
Su recuerdo en el imaginario popular como el mejor Presidente de México no se escribió desde la historia de bronce, ni desde el oficialismo que lo desterró desde los años sesentas cuando se volvió un personaje incómodo para las elites políticas, ni desde el régimen de los tecnócratas que lo negaron desde 1988 durante el salinismo, gobierno espurio que de haber podido hubiera derrumbado todas las estatuas y monumentos del General.
Pero no en balde San Juan de Letrán y el Niño Perdido hoy se llaman Eje Central Lázaro Cárdenas, la génesis de la presencia de Cárdenas en todos los pueblos de México devino de la historia oral. De voz en voz, de boca en boca, de la abuela que contó como recibió sus tierras en La Laguna, de la tía que siempre rememoró aquel día que entregó sus joyas en Bellas Artes para ayudar a la expropiación petrolera, del tío ingeniero que dijo ser de las primeras generaciones del Politécnico, del indígena que le dio el bastón de mando, del viejo campesino al que el General cambió su fusil revolucionario por el arado…
Los testimonios de la obra cardenista perduran. Por los caminos de México recuerdan haberlo visto alguna vez, como un santo laico tiene altares. Fue, junto con Benito Juárez un Presidente a ras de tierra.
Recuerda Doralicia Carmona: “Hijo de don Dámaso Cárdenas Pinedo, de ocupación tendero, y de doña Felícitas del Río Amezcua, nació el 21 de mayo de 1895 en la calle de San Francisco, en el barrio de la Puentecita de Jiquilpan de Juárez, Michoacán. En su tierra natal cursó hasta el cuarto año de educación primaria, únicos estudios formales que realizó hasta los once años”. Sí, hasta el cuarto de primaria… Por ello fue vilipendiado por la camarilla de neoliberales formados en Harvard encabezados por Carlos Salinas. Sin embargo, las credenciales académicas poco han importado cuando la historia de “el Tata Cárdenas” es luminosa, y la de la generación neoliberal es más que oprobiosa.
A los 16 años era todo un combatiente revolucionario y a los 39 ya era Presidente de la República. En 1911, con la muerte de su padre, asumió la responsabilidad de ser el jefe de su familia. Al estallar la Revolución, Don Donaciano un impresor del pueblo, vendió a los trabajadores la imprenta dónde el casi niño Cárdenas trabajaba, ahí se unió a los rebeldes como tipógrafo. En 1913, el joven Lázaro fue delatado a los federales huertistas por haber impreso un manifiesto revolucionario y ante la posibilidad de ser aprehendido, se enlistó en las fuerzas revolucionarias como capitán segundo encargado de la correspondencia (fundamentalmente gracias a su caligrafía) bajo las órdenes del general zapatista y más tarde villista, Guillermo García Aragón, que operaba en Michoacán. (Carmona).
Cárdenas tomó protesta como Presidente el 30 de noviembre de 1934, en su mensaje aseveró:
“La Revolución Mexicana ha seguido, desde su origen y a través de su historia, un anhelo de justicia social…Tengo presentes de una manera indeleble las impresiones que durante mi campaña electoral pude recoger: profundas desigualdades e inicuas injusticias a que están sometidas grandes masas de trabajadores y muy particularmente los núcleos indígenas… Nada puede justificar con más elocuencia la larga lucha de la Revolución Mexicana, como la existencia de regiones enteras en las que los hombres de México viven ajenos a toda civilización material y espiritual, hundidos en la ignorancia y la pobreza más absoluta, sometidos a una alimentación, a una indumentaria y a un alojamiento inferiores impropios de un país que, como el nuestro, tiene los recursos materiales suficientes para asegurar una civilización justa.”
Llevar a la realidad, hacer tangible la revolución fue el signo del cardenismo. Está presente en propios y extraños su legado: La Reforma Agraria, que se caracterizó por la formación de ejidos y de unidades productivas de propiedad comunal, por ejemplo los ingenios cañeros de Morelos o las unidades agrícolas de La Laguna y el Valle del Yaqui; la inversión en infraestructura de irrigación y la ampliación de créditos a través de los bancos nacionales de Crédito Agrícola y de Crédito Ejidal; la nacionalización de los ferrocarriles y modernización de las carreteras; la consolidación de la Educación Básica impartida por el Estado, con carácter laico, obligatorio y “socialista”.
Asimismo, figura la fundación del Instituto Politécnico Nacional (IPN), para formar los cuadros profesionales que demandaba la industria del país; el reconocimiento del derecho al asilo político, con el refugio a aproximadamente 25,000 españoles perseguidos durante la guerra civil, el asilo a León Trotski perseguido por el estalinismo; la fundación del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) para preservar nuestro patrimonio histórico y cultural; la expropiación petrolera del 18 de marzo de 1938 que convirtió este recurso natural en palanca del progreso nacional.
Pero hay una etapa poco estudiada y difundida del General, su apoyo auténtico y comprometido con las causas justas de México y América Latina, su cada vez más creciente discrepancia con las desviaciones del priísmo -como partido prácticamente único de Estado- con su propia historia, principios y programa, divorcio entre el ex Presidente y el aparato que se agudizó con la matanza estudiantil de 1968, hecho lamentable que cimbró y desalentó a Cárdenas hasta el final de sus días.
En el marco del aniversario de su natalicio, en el umbral de una 4ª Transformación de México, es preciso recordar dos estampas:
El General arengando a los jóvenes y estudiantes universitarios desde el toldo de un auto, siendo un prestigiado ex Presidente a los ojos del pueblo, y que no se quedó a habitar las sombras de su propia obra, sino a seguir luchando; estaba ahí dispuesto a dar su vida nuevamente por una revolución. En la única marcha que logró llegar al entonces sacralizado y prohibido Zócalo (antes del movimiento del 68), en solidaridad con el pueblo de Cuba que hacía su propia revolución y que había sido invadido en Playa Girón por el imperio estadounidense, Lázaro Cárdenas dio un mensaje de lucha y fuerza.
Escribe Adolfo Sánchez Rebolledo:
“Durante unos minutos, el Zócalo se transforma en un auditorio lleno de jóvenes sentados en el piso. La ruidosa multitud que ha recorrido Juárez y Madero cantando a todo volumen “Fidel, Fidel que tiene Fidel que los americanos no pueden con él” es ahora un grupo de gente ordenada, atenta a las palabras de Lázaro Cárdenas que habla subido en un automóvil. Captada por la cámara de Rodrigo Moya en el último arrastre del rollo fotográfico, la imagen del ex presidente en la semipenumbra de la tarde coincide con la que guardo como el recuerdo más vivo de la manifestación del 21 de abril de 1961.
“A los 19 años, en el silencio atento de los asistentes, me resulta un privilegio inesperado ser parte de ese acto, oír las palabras del general, unirme a ellas y compartir con todos los que viven ese momento singular el éxito de la marcha en defensa de Cuba. La presencia de Cárdenas, luego de los forcejeos del gobierno para impedirle volar a la isla, le confiere al momento ese aire histórico que, junto a la fecha y su significado para Cuba, bien vale la pena rememorar, aunque a medio siglo de distancia las luces, los contornos del recuerdo, los rostros y los nombres, las vestimentas, los matices, se desvanezcan en los registros incompletos de la memoria”.
Otra estampa del General Revolucionario y su vida política congruente hasta el final, destaca en un discurso que jamás pudo leer, a propósito de los 60 años de la Revolución Mexicana, el 20 de noviembre de 1970, pues falleció el 19 de octubre, un mes y un día antes de la cita. Tenía la pretensión de mandar una crítica al régimen y un deslinde, cuyo texto se convirtió en legado, en programa para el porvenir:
“La no-reelección, fruto de la experiencia histórica, ha contribuido a liberar a la ciudadanía de la inercia que produce el continuismo y, en general, cada gobierno ha podido ejercer una acción administrativa de perfiles propios que, aunque no exenta de errores y contradicciones, ha tenido efectos más favorables para el país que la permanencia indefinida de personas en los órganos del poder público y que la reiteración de métodos de gobierno, que suelen hacer que aquel pierda el pulso de la evolución de la sociedad y cobra inevitables síntomas de rigidez.
“Es necesario, a mi juicio, completar la no-reelección en los cargos de elección popular con la efectividad del sufragio, pues la ausencia relativa de este postulado mina los saludables efectos del otro; además, debilita en su base el proceso democrático, propicia continuismos de grupo, engendra privilegios, desmoraliza a la ciudadanía y anquilosa la vida de los partidos.”