A través de este sexenio, hemos sido testigos de los intentos vanos, pero sostenidos, por parte de un pequeño grupúsculo de empresarios para destruir los esfuerzos del gobierno. Ellos, no se resignan a ver perdida su antigua condición de condueños de este país, y apuestan a lo inverosímil con tal de recuperar esa grosera condición que una politizada y mayoritaria ciudadanía, les niega con gallardía y aplomo.
Nunca, un gobierno mexicano, pudo ostentar un grado de legitimidad tan alto. Jamás, nadie, se preocupó por diseñar un proyecto de nación que incluyera a los más necesitados sin afectar al resto de la población. Pocos pensaron en los profundos, audaces y necesarios cambios que convocaría el presidente en beneficio de una primaria igualdad social que los mexicanos estamos obligados a profundizar.
Estos “empresarios”, sin justificación social, arrastran en sus aventuras a residuos apolíticos qué por incapacidad cultural, por rebeldía infundada, o simplemente por hambre, entregan sus conciencias cual vendedores de votos.
Así, hemos podido apreciar con indolencia, pequeñas marchas sin convicción alguna, en donde los concurrentes desconocían el sentido de las protestas y algunos, inclusive, confundían sus “martirios” con actos de heroísmo extremo.
Las largas caminatas, atípicas en la sociedad conservadora, dejaron huellas insospechadas e indeseables prefiriendo llevar con mayor holgura sus “sensibles” exigencias.
Surge, en cómodo reemplazo, la opción multicolor en caravanas de autos. Cuentan con el rigor de un cortejo fúnebre en un ambiente festivo inusitado. Sus llamativas cartulinas, entregadas en el punto de inicio, mostraban atrevidos insultos y consignas, al amparo de una libre expresión inédita, que como travesura infantil la disfrutaban.
Ante la indolencia, burla y rechazo de los capitalinos, que se solazara en sus fracasos, los aprendices del “golpe blando” decidieron jugar al “plantón”, como última carta del imitado repertorio izquierdista. El pasado mes de septiembre, el zócalo se vio parcialmente inundado por parias y vagabundos del centro histórico que habían sido contratados para ocupar casitas de campaña robadas a los damnificados del último gran terremoto.
Este día, con los estragos de la derrota anunciada, Lozano y Ferriz, previa consulta con sus amos, han decidido levantar el ejemplo más ingenuo a la estulticia que sólo concitara el desprecio popular.
Claudio X González y Gustavo de Hoyos, fallidos conductores en todos los intentos desestabilizadores del pueblo y gobierno mexicano, entendieron que las luchas sociales no son lo suyo, que éstas requieren ideales y propuestas democráticas que ellos mismos no pueden ofrecer ni cumplir. Regresan al pasado, si, al control de las membresías afines, qué, si bien es cierto individualmente valen poco, sumados tendrían algún sentido en la competencia electoral. Así nace un nacionalista y conmovedor “Sí por México” que borra e iguala tácitamente las declaraciones de principios y estatutos de todos sus partidos afiliados.
El objetivo de González y De Hoyos, al someter a todos los partidos opositores a candidaturas comunes podría cumplirse parcialmente, sin embargo, la sumatoria de franquicias no da igual a la suma de votos y el riesgo en la “chiquillería” de perder sus registros es latente.
En 2018, en la coalición “Juntos Haremos Historia”, el Partido del Trabajo y Encuentro Social, satisficieron como nunca, sus ambiciones con un 25% de las candidaturas que les fueran regaladas por Morena, tuvieron diputados y senadores a raudales, pero, el primero tuvo una seria contracción en sus preferencias y el segundo perdió la marca de forma miserable.
Podemos recordar al poderoso Partido de la Revolución democrática, qué en 2006, liderados por el candidato López Obrador, viviera su momento cumbre al obtener más del 35% de los votos, y en 2018, rodeándose de las peores compañías, estuviera a punto de ceder su membresía con un generoso 3%.
¡En política, los ciudadanos siempre apreciarán a “cada chango en su mecate”!