Por JHAD
Una de las emociones más frecuentes en el comportamiento del ser humano es el resentimiento. Nadie está exento. Todos en algún momento de nuestra existencia lo hemos vivido y padecido.
Quien lo entiende y se atiende terapéuticamente, puede vivir tranquilo y en armonía. Quien no lo entiende y no se atiende, está condenado a vivir enojado y frustrado, buscando víctimas propicias para dirigir en contra de ellas su hostilidad e ira contenida, sin importar la magnitud del daño que causa.
Desde los primeros años, el ser humano enfrenta situaciones difíciles o adversas que le dejan marcado. Con el paso del tiempo, el sentimiento se manifiesta constantemente y se convierte en enojo, impotencia y agresividad, muchas veces sin entender la razón. Y eso es lo grave.
El panorama puede cambiar si esas emociones negativas son tratadas por profesionales de la salud mental, sin embargo, muy pocas personas le dan la importancia que tiene y no se atienden, generando una vida llena de conflictos.
Conviene señalar que el resentido continúa con su vida con cierta normalidad, aunque le es difícil perdonar, y sus rebeliones emocionales aparecen en su entorno social continuamente. Su inteligencia es alta y gracias a ello consigue sus objetivos.
A pesar de ello, no se siente aceptado por la sociedad. Su visión sigue siendo sombría y negativa. Hay algo dentro de él que no le hace sentir bien. El resentimiento domina su vida.
Tiene familia, acumula dinero y su manera de vivir es aparentemente normal. El problema inicia cuando tiene poder, estabilidad y libertad en la toma de decisiones. Desde ese lugar, los resentimientos aparecen y sus acciones van encaminadas a buscar venganza. Son prepotentes, crueles e insensibles.
En la lista de estos personajes existen empresarios, artistas, políticos y más. Basta echar un vistazo a su alrededor y confirmar lo que aquí se señala.
En el otro extremo de los resentidos, aparecen los que no utilizan su inteligencia para nada. Son individuos que buscan desde las entrañas de su alma, desquitarse de todo y contra todos.
No perdonan el éxito de los otros. Se consideran víctimas de un sistema injusto y buscan culpar a otros de sus males. Son poco productivos y sí, muy conflictivos. Van por todo, sin importar los daños que hacen. Son agresivos, destructivos y también insensibles.
Tienen la habilidad de convocar a sus similares para atentar contra el orden, contra las instituciones, contra la gente de buena fe y contra la paz social.
Y en medio de estas situaciones, divididos entre resentidos buenos y malos, el país se convierte en un polvorín, que puede explotar con graves consecuencias para todos.
Para muestra basta un botón. En los últimos días hemos sido testigos de un singular desfile de resentidos de todas las características descritas en este texto. Solo cheque:
Un mandatario resentido con el pasado, que no perdona a sus adversarios y no hay un solo día en que no los provoque y divide al país sin importar las consecuencias.
Un gobernador resentido y rapaz, lleno de rabia e impotencia, que insulta a los periodistas y defiende la crueldad de sus grupos policiales, olvidando a la gente que confió en él.
Un grupo de policías resentidos que agreden, intimidan, disparan y matan a los integrantes de una sociedad a la que tienen que tienen la obligación de proteger.
Una resentida directora de una agencia noticiosa de gobierno, que utiliza recursos públicos para difamar y agredir a quien le cuestiona su trabajo.
Un soberbio grupo de informadores resentidos que insultan, mienten y dividen porque se terminaron sus múltiples privilegios.
Grupos subversivos y resentidos que se manifiestan, agreden, destruyen y apuestan por el desorden social sin importar el daño que causan.
Un grupo de personas bastante resentidas que no respetan las medidas de sana distancia y caminan por la calle sin importarle contagiar o ser contagiadas del impresentable COVID-19.
Y aún existen muchos personajes resentidos más. Es una historia de nunca acabar.
Cuando más se requiere unidad, el resentimiento brota y aparece en una sociedad enferma que está a punto de colapsar. Entender que es posible dejarlo atrás es cuestión de visión, inteligencia y sensibilidad. Es un reto muy grande.
Priorizar la salud mental en una población es fundamental para terminar con tanta injusticia y desigualdad. Hasta el momento ningún gobierno ha sido capaz de atender este grave problema. Lo han desdeñado y todo parece indicar que nadie lo hará. Es una agenda que no da votos ni aplausos. Esa es la realidad.
Así, mientras la salud mental en México, siga invisible, seguiremos viviendo en el cada vez más dominante, espacio de los resentidos…