Qué frágiles somos los seres humanos. La maldita pandemia me ha dejado sensible hasta más no poder. El encierro obligado me ha enseñado muchas cosas de mí que no sabía. Me ha puesto vulnerable, pero también hoy entiendo que soy más fuerte.

He platicado con mis padres y mis hermanos como nunca lo había hecho.  A pesar de que es virtualmente, los siento muy cerca y la verdad, he podido decirles lo mucho que los quiero y eso me mantiene tranquila.

Ver sus rostros sonreír a pesar de que también tienen el mismo temor que yo, me hace sentir que la vida es muy bella. Es una de las cosas positivas que han resultado del contagiadero que se vive en mi México querido.

Nunca como antes, la muerte ha estado tan cerca de nosotros, pese a que es algo que vive juntito a una, pero nunca pensamos que va a suceder pronto. Nuestros planes son para vivir mucho tiempo y nos preparamos para ello.

Pero, el  COVID-19 nos ha demostrado que es tan malo, que se puede llevar a alguien conocido en cuanto él quiera. Todos los días sabemos de alguien conocido que murió contagiado por el maldito bicho y vivimos rezándole a Dios para que no sea alguien de nuestra familia.

Por eso valoro cada momento y cada palabra que intercambio con mi hermosa familia. Además mis amigos de la chamba, también están muy sensibles y cada rato nos estamos mandando mensajes y obvio, nos echamos la mano con las cosas del trabajo.

En mis treinta y tantos años de vida que tengo, nunca imaginé que iba a vivir una etapa tan incierta como ésta que ha ocasionado la pandemia. Recuerdo que con la Influenza hace diez años, fue difícil pero no tanto como ahora.

Gracias a Dios, he podido aprender a relajarme y he tratado de controlar mis emociones. Aunque veo que el número de muertos es mucho, tengo fe en que muy pronto la situación estará controlada y volveremos a salir a las calles con confianza, eso sí, con las medidas sanitarias que nos recomiendan las autoridades.

Ya tengo ganas de ver a mi jefe, a mis compañeros y por qué no, salirnos a echar una copita. Les digo una cosa, no extraño a mi novio y es muy probable que ya no vamos a seguir. No sé, siento que no es sincero conmigo.  Mi intuición nunca me falla.

Y hablando de intuición, antier en la noche no podía dormir. Algo sentía. Me sentía rara. Me paré muchas veces al baño y pude conciliar el sueño hasta las cinco de la mañana. Pensé que me había hecho daño la cena.

Me levanté a las diez de la mañana. Chequé mi correo y envié mis avances al trabajo y después me preparé unos huevos a la mexicana con un cafecito. Estuvo muy rico mi desayuno.

En eso estaba cuando de pronto, la alerta sísmica sacudió todos mis sentidos. Ese sonido macabro se apoderó de mi edificio. Escuché algunos gritos y llantos aterradores. Como pude, me puse mi pants y tomé mi cubrebocas. Enseguida salí despavorida para dirigirme a la escalera.

Vivo en el cuarto piso. Ya imaginarán la angustia que tenía para bajar. Justo cuando iniciaba el descenso, el vaivén desgraciado me atrapaba la calma. El edificio vibraba, se columpiaba inquieto sobre mis emociones.

Quise acelerar el paso, pero ya no pude más. Me encomendé a todos los santos del mundo y mi mente se trasladó hacía un lugar diferente. Mientras el temblor aceleraba su movimiento, una luz muy blanca llenó mis pensamientos.

En esos momentos, vi correr mi vida desde que era niña y todos los procesos que he tenido. Casi pude ver el momento en que nacía y percibí  cada instante y observé los momentos más bonitos de mi vida. Sentí que mi cuerpo flotaba. No podía despertar.

No sé cuánto tiempo pasó después. Desperté una vez que mi vecina me puso un pedazo de algodón con alcohol en mi nariz. Me dijo que posiblemente me había desmayado por la impresión que me causo el temblor y que nadie se había dado cuenta que estaba tirada en las escaleras.

Como pudo, me ayudo a entrar a mi departamento y me preparó un té. Me contó todo el relajo que había provocado el sismo de 7.5 grados, combinado con la pandemia y se fue a checar a sus hijos. Le agradecí y me quedé pensando en todo lo que había sentido durante ese tiempo de crisis.

Recuperada pude comunicarme con mis familiares y amigos para decirles que todo estaba bien. De nuevo sola, pensé, reflexioné y concluí que la vida es tan frágil y efímera, que debemos vivirla plenamente.

Vi el reloj, conté el tiempo en que estuve en el limbo y me di cuenta que para ver mi vida entera bastaron solamente cinco minutos.