La semana pasada informamos sobre la inversión inicial de mil millones de dólares que hará General Motors en México para la fabricación de vehículos eléctricos, entre otros rubros, en su planta de Ramos Arizpe, Coahuila, mientras que Ford ya había puesto el ejemplo con el inicio de producción del primer Mustang completamente eléctrico en la planta de Cuautitlán, Estado de México, en donde invirtió unos 420 millones de dólares, a fin de transformar la línea de producción.
Varios representantes de la industria en México y el mundo, han mencionado que la electrificación de la movilidad es un proceso evolutivo que no se detiene. Con o sin pandemia, con o sin gobiernos que lo impulsen.
Mientras que la introducción de vehiculos eléctricos en el mundo es un proceso avanzado, pues se calcula que las ventas globales de autos eléctricos, sólo en el año 2019, alcanzaron 2.1 millones de unidades, en México estas representan una tímida presencia.
BMW y Nissan incursionaron en el mercado con la venta de unidades ya hace varios años, pero para ello tuvieron que invertir en el desarrollo de infraestructura para la instalación de electrolineras y potencializar el mercado.
Aunque otras marcas, incluida la misma Tesla, ya entraron al mercado con unidades híbridas y eléctricas, el crecimiento es mínimo, respecto al desarrollo de esas tecnologías en otros países, pues el consumo está ligado a la existencia de infraestructura para ello.
Lo que sí puede celebrarse es que entre la mano de obra de calidad mundial de la que siempre ha presumido el sector automotriz mexicano y la infraestructura ya existente, las marcas como General Motors y Ford invirtieron para transformar sus plantas de producción y empezar en México la fabricación de unidades que no se tenían contempladas apenas hace algunos años.
Pese al casi nulo apoyo que la industria automotriz ha recibido del gobierno mexicano a partir de la presidencia de Andrés Manuel López Obrador, en cuya administración la industria ha retrocedido alrededor del 30 por ciento en ventas, las inversiones continúan.
Las empresas realizan sus estrategias de producción en donde el gran impulsor de las nuevas inversiones fue el Tratado México Estados Unidos Canadá (T-MEC) que por sus condiciones de contenido regional obligatorio de los vehículos, atrajo inversiones en la transformación de líneas de producción (no así en nuevas plantas).
La industria hace su parte, ahora falta que el gobienro federal se decida a impulsarla, pero que tome en cuenta que la tendencia ya no son los vehículos a combustión interna, sino que México necesita transformarse y para ello la colaboración gubernamental es indispensable.
Esperemos muy pronto escuchar y ser testigos de anuncios de inversión completos para generar nuevos empleos y lograr la transformación de una industria que genere productos mas amigables con el medio ambiente. El camino aún es largo y es deseable que México continúe entre los mejores posicionados de la industria automotriz mundial.