Por Diego Catelli

Actualmente, no pasa más de un día sin ver una publicación en diversos medios o redes sociales respecto al cambio climático. Más allá del aspecto mediático y polémico que atrae a la gente a opinar sobre el tema, hay un consenso científico sobre el hecho de que la manera en la que llevamos nuestras vidas está teniendo un duro impacto en el sistema climático. Hay que recordar que hace ya más de 50 años (siendo conservadores), que varios estudios científicos vienen haciendo sonar las alarmas. En respuesta, el sector político no ha logrado atender a las demandas de los científicos y de la sociedad civil. A la memoria viene el Protocolo de Kyoto y la Cumbre de la Tierra en Rio de Janeiro :Pan y circo.

Sin embargo, hoy en día, la emergencia es mucho más perceptible, incluso para esos que no estamos dotados en los métodos científicos de investigación. No tomar medidas al respecto es, a esta altura, una obstinada marcha hacia el colapso social. El Acuerdo de Paris, firmado en 2016, fue promocionado como la llamada a la acción, y algunos países han introducido planes de acción agresivos.

Entre las regiones que han mostrado mayor compromiso con el medio ambiente figura Europa que, a pesar de ser uno de los grandes responsables de la situación actual, se ha puesto a si mismo objetivos muy claros para llegar a una neutralidad de carbono. Cabe aclarar que la manera en la que el Acuerdo de Paris logró generar un consenso entre tantos intereses dispares es estableciendo unos principios y objetivos generales sobre la mitigación y la adaptación al cambio climático que luego cada país decide como alcanzar.

La Unión Europea participó en el Acuerdo de Paris como bloque y por consiguiente, las decisiones más importantes en cuestión a los objetivos y la colaboración son tomadas en Bruselas. Las medidas introducidas en Europa se dividieron en 3 periodos: Hacia el 2020, 2030 y 2050. En el año 2018 se revisaron los objetivos para 2030, en los que se pretende declinar la emisión de gases de invernadero en un 40 por ciento en comparación con los niveles de 1990. Así mismo se pretende que un 32 por ciento de la energía en el bloque europeo provenga de fuentes renovables, mejorando la eficiencia por un 32 por ciento.

Estos objetivos no tendrían ningún significado sin paquetes de estimulación económica y colaboración entre los distintos países. Uno de los avances más importantes ha sido impulsar la seguridad energética, lo que implica reducir la dependencia en la importación de energía de países fuera de la Unión Europea con el objetivo de establecer un bloque energético. Hoy en día existe el mercado energético europeo, en el cual diariamente se cotiza y transfiere energía a través de las distintas zonas. Este avance se ha logrado gracias a la estandardización de todos los mercados energéticos y la mejora de las redes para permitir el libre flujo de energía a través de los bordes. Teóricamente, la energía es producida donde es más barata y eficiente. No obstante, todavía hay muchas barreras por superar, con el objetivo de que exista un efectivo mercado energético único que beneficie a 500 millones de personas.

Una de las áreas más importantes en la transición energética en Europa es la innovación. Los objetivos son muy optimistas y alcanzarlos requiere de innovaciones tecnológicas que ofrezcan las soluciones necesarias para la sociedad. Con este objetivo, la Unión Europea estableció un fondo de 77 mil millones de euros para ser invertidos en el área de innovación e investigación en el periodo 2014-2020. Entrando ya en el último año del programa, se pueden ver los frutos del mismo. El sector de las PyMEs en muchas de las grandes ciudades europeas ha crecido exponencialmente, al punto que en los últimos cinco años han sido responsables del 85 por ciento de los nuevos empleos en la UE.

Adicionalmente, estas medidas tienen un efecto dominó, ya que al estimular la innovación y la colaboración entre los distintos sectores de la sociedad (gubernamental, privado y educacional) se crea un ciclo de retroalimentación en el que trabajadores competentes y con un buen nivel de educación son requeridos.

La inversión en innovación y el mercado energético son sólo partes de un programa general que apunta a lograr la neutralidad de carbono del continente para el año 2050, llamado el Pacto Verde Europeo, el cual consiste en una serie de medidas que pretenden hacer de la transición energética una oportunidad para el crecimiento económico y el beneficio social.

Sin embargo, para un continente que carece casi completamente de áreas verdes vírgenes, las medidas más relevantes para encarar el cambio climático deberían enfocarse en mejorar la relación de las comunidades con la naturaleza que los rodea. Incluso, muchas medidas de la transición energética resultan en la explotación de recursos naturales en otras regiones, como las minas de Litio en Chile o Bolivia. De la misma manera, y como contra cara al Pacto Verde Europeo, en junio del año pasado, el Mercosur y la UE llegaron a un acuerdo de libre comercio. El acuerdo eliminaría el 93 por ciento de las tarifas en la UE para bienes agrícolas provenientes del Mercosur y el 91 por ciento de las tarifas en el Mercosur para la maquinaria proveniente de la UE. A pesar de haber sido firmado, el acuerdo no ha sido todavía ratificado gracias a la fuerte presión de grupos ambientales que se oponen al tratado que muchos describen como “vacas por autos”.

Como la mayoría de los esfuerzos políticos hoy en día, parecería ser que el programa europeo sólo ofrece soluciones parciales. Esta lógica es reflejada en muchas sociedades europeas, en las que la innovación y la sustentabilidad son el enfoque principal de la economía local pero que, sin embargo, continúan a producir y exportar petróleo y gas. Un ejemplo claro es Noruega, país en el que en el año 2019 casi 50 por ciento de los vehículos vendidos fueron eléctricos pero que, no obstante, la exportación de petróleo y gas asciende al 50 por ciento del valor total de la exportación de bienes. Hay que esperar a ver si los estándares ambientales que Europa mantiene dentro de sus fronteras también son aplicados para las importaciones y las actividades económicas de sus ciudadanos en el exterior. Sin cuidar el comercio internacional y las cadenas de distribución de las compañías europeas, los esfuerzos continentales para mitigar el cambio climático van a ser inútiles.

 

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