Derivado de la crisis sanitaria provocada por el COVID-19, y sin las condiciones necesarias para que los 30 millones de estudiantes de educación básica que existen en el país, regresen  a las aulas de manera presencial, el sistema educativo mexicano ha determinado aplicar una estrategia alternativa para impartir clases a distancia.

La propuesta contempla el uso de las cuatro televisoras más importantes del país para transmitir contenido educativo a través de seis de sus canales durante las 24 horas del día, los siete días de la semana.

Ante este hecho, las reacciones ya se hicieron notar. La primera es la revaloración de las acciones de las televisoras en un 15% en la bolsa mexicana de valores. Situación que indudablemente beneficia financieramente a las empresas de comunicación que han venido reportando problemas económicos desde hace algún tiempo.

Los gremios magisteriales también expresaron su postura, unos a favor y otros en contra. Las voces críticas brotan por muchas partes y en diversos medios.

Los políticos se preparan para sacar la mayor  ventaja posible a la coyuntura que les presenta la “reconciliación” entre el actual titular del ejecutivo federal y los dueños de las televisoras, lo que hasta hace poco parecía imposible.

Aunque los padres de familia y los maestros, no tuvieron presencia alguna en los acuerdos del citado proyecto, con su silencio se tendrán que adaptar al nuevo esquema educativo.

En México, la actividad educativa es la más dinámica. Tomado en cuenta que existen 30 millones de estudiantes, una cantidad igual está involucrada e inmersa en esa dinámica, que mueve todos los hilos de la economía.

Esto justifica la decisión de no iniciar las  clases en las aulas de manera presencial.

Además permite la oportunidad de mantener en aislamiento relativo a los estudiantes para prevenir contagios masivos. La alternativa de impartir y tomar clases a través de los canales televisivos es la más viable y objetiva. No existe un medio con mayor cobertura, salvo la radio.

En el lado contario del proyecto, podemos afirmar que en cuanto a los padres de familia, es indiscutible que para que se aspire a obtener buenos resultados, tienen que participar de manera activa con sus hijos para que el aprovechamiento sea el más óptimo posible en este tipo de enseñanza- aprendizaje.

El conflicto es que desde hace años en una gran cantidad de hogares ambos progenitores salen a laborar para sostener a la familia. Algunos son monoparentales. Otros son los mismos niños quienes están a cargo de sus familiares. Y lo más grave aún, es que no cuentan con televisión en sus casas.

Es impensable esperar que los estudiantes, ya sean niños o adolescentes, se auto disciplinen y concienticen de la importancia de tomar todas y cada una de las clases impartidas en horarios específicos, además de realizar las actividades sugeridas y tareas encomendadas para el fortalecimiento de los conocimientos adquiridos.

Es más probable que sin la vigilancia de un adulto, el estudiante opte por la dispersión y eso repercuta en la no obtención significativa del aprendizaje.

Es importante tomar en cuenta que el ciclo escolar pasado los padres de familia fueron involucrados en la llamada “educación en casa”, y muchos de ellos ya están saturados de la convivencia absoluta a la que ha obligado el confinamiento. Este no es un tema menor.

Por otro lado los maestros están siendo sometidos a algo desconocido para la mayoría. En su preparación docente nunca fue contemplado trabajar con sus alumnos de manera remota y sin tener el control de los avances programáticos que les permite replantear estrategias de aprendizaje.

El contacto con sus alumnos siempre ha sido primordial para desarrollar su labor. La relación humana es básica para el desarrollo del individuo en su entorno social. Hoy están ante algo inédito y se les enfrenta a ello sin una preparación previa. Es verdad que los verdaderos maestros saben trabajar en cualquier circunstancia y se adaptan con tal de sacar adelante a sus alumnos.

¿Pero cuántos maestros hay con estas características? Lo deseable es que todos cubrieran este perfil. La realidad es que la heterogeneidad de ambientes, de culturas, de preparaciones académicas, de condiciones económicas y sociales hacen previsibles resultados muy variados, que al tiempo se pueden convertir en un problema de desfasamiento de conocimientos entre una misma generación.

Las autoridades educativas, en esta emergencia sanitaria que nadie deseaba o esperaba, tienen la obligación de reducir en lo  posible los probables daños a la formación escolar de los educandos y para ello deben cuidar hasta el mínimo detalle de su proyecto y expectativas.

El sistema educativo ya venía dando tumbos desde antes de la pandemia. No se puede permitir que después de ésta salgamos igual o peor. La grandeza se demuestra en momentos de crisis. Es cuando las decisiones se vuelven trascendentes.

Otro factor no tomado en cuenta es cómo el paro del sistema educativo ha significado un golpe a la economía de las familias que generan sus ingresos en función del movimiento escolar.

Entre estas familias también hay estudiantes que son doblemente víctimas indirectas de las estrategias para controlar el virus. Por un lado adaptarse al emergente sistema de aprendizaje y por otro a la realidad económica del hogar.

Son los tiempos que nos tocó vivir y hay que estar a la altura de ellos o atenernos al avasallamiento. Enfrentarlos con éxito será todo un reto. Hasta la próxima.