En su artículo “La participación femenina en la Independencia” publicado por el INEHRM (2015) en el libro Historia de las mujeres en México, Celia del Palacio Montiel realizó un sintético y pormenorizado recorrido bibliográfico para ilustrar el papel de las mujeres en la primer gran revolución nacional; de ahí desprendió una categorización de las vertientes de la contribución femenina de la época, y las dividió en: a) Las mujeres de la élite, b) Mujeres de armas tomar, c) Conspiradoras, correos y seductoras de tropa, e) Esposas, hijas, concubinas, y f) Simpatizantes y habladoras.

Sobre el primer grupo, las mujeres de la élite, la investigadora expresó:

“Es curioso, aunque no sorprendente, observar cómo las mujeres que hasta hoy se recuerdan con más claridad fueron las pertenecientes a la élite novohispana. Tanto doña Josefa Ortiz, la conspiradora por excelencia, como Leona Vicario, quien apoyó económicamente la guerra, e igual que doña María Ignacia, la famosa Güera Rodríguez, eran criollas pertenecientes a la clase acomodada. A ellas se unen otras favorecedoras de la causa insurgente, que contribuyeron a ella con dinero o a través de sus acciones”. (Del Palacio, 2015).

En esa perspectiva, Del Palacio refiere el caso de otra compañera de causa e integrante de la misma clase de Josefa Ortiz y Leona Vicario: “Una mujer de la élite menos recordada es Manuela Herrera, conocida como la Benemérita ciudadana, pues prefirió quemar su hacienda que proporcionar recursos a los realistas y alojó a Mina en el rancho del Venadito. Soportó torturas y privaciones antes que delatar a sus cómplices. Perseguida, después robada e insultada, vivió como ermitaña, consagrada a la soledad para rogar a Dios por la salvación de la patria, y murió en medio de los bosques”

Por su parte, Gaspar Hernández Ranulfo, Investigador del INAH señala sobre Manuela Herrera: “Esta mujer nació en la hacienda la Tlachiquera, Guanajuato, sin saber su fecha de nacimiento, quedó huérfana de madre a temprana edad, y muy pronto aprendió a leer y escribir de manera autodidacta. Es conocida bajo el nombre de “La Benemérita Ciudadana”, porque perteneció a una familia acomodada, sacrificó su vida y bienes a favor de la causa insurgente.”

Coincide en la descripción de una Benemérita que ayudó a Francisco Xavier Mina, insurgente y pionero en la guerra de guerrillas, y que terminó desterrada en los borrascosos paisajes de la nación que surgía: “En 1817 (Manuela Herrera) se unió a la insurgencia a través del General español Francisco Javier Mina, junto con su hermano Mariano Herrera, quien hospedó en el rancho El Venadito, cuyos terrenos pertenecieron a la familia Herrera. Participó en varias acciones de lucha al lado del general Mina, quemó su hacienda para que los realistas no encontraran recursos. En una batalla cayó prisionera juntó con Mina por las fuerzas realistas, siendo aprendida y obligada a convivir en medio de los bosques con sus captores durante el recorrido de una gran distancia en la que sufrió insultos y maltratos de los soldados, quienes la obligaron a caminar a pie dos leguas desnuda y amarrada hasta la prisión antes de ser sacrificada”.

La principal fuente documental que ha permitido saber de esta heroína subterránea de la revolución de Independencia ha sido José Joaquín Fernández de Lizardi, quien en una de sus publicaciones (calendarios) dejó constancia de ella:

“La benemérita ciudadana Manuela Herrera, honor de México a su patria, desde los principios de la gloriosa revolución manifestó su patriotismo en grado heroico: nacida con bastantes proporciones, sin embargo de ser hija de familia, hizo cuantiosos socorros a los insurgentes, y muerta su madre se marchó, quemando antes por su misma mano una de sus haciendas a presencia del valiente Encarnación Ortiz (alias el Pachón) y su tropa, cuya quemazón ejecutó por quitarles el auxilio de su casa, a los enemigos de su patria. Desde entonces anduvo en compañía de los defensores de ésta, sufriendo las privaciones y trabajos consiguientes a la campaña, y exponiéndose a los peligros de la guerra en las diferentes acciones en que estuvo.

“Sola, mal vestida y fugitiva, en cierta vez encontró unos baños termales, en uno se bañó y en otro muy activo echó mientras sus pobres trapos con el objeto de que se murieran los innumerables y asquerosos animalillos de que abundaban, pero ¿Cuál sería la aflicción de esta pobre señora cuando, saliendo de bañarse, no encontró de su ropa sino las cintas de las enaguas, porque la actividad de la agua [sic] todo lo había deshecho? Entonces, como pudo, hizo un cendal de hojas de árbol, se cubrió con ellas y se fue a esconder en una gruta; su extraña figura llamó la atención de unas indias que por allí pasaron, quienes la socorrieron con una mala camisa de manta, unas enaguas de jerguetilla y un pedazo de paño o rebozo de lana. Por esto poco se podrá conocer cuál sería la decisión, el valor, el desinterés, el patriotismo y el mérito de esta heroína. Baste decir que cuando aquí apenas se tiene noticia de sus hechos, se halla elogiada en papeles públicos de Londres y de los Estados Unidos”.

Siendo estas breves pero puntuales estampas que se preservaron para que la Benemérita Herrera trascendiera el anonimato que compartió con innumerables mujeres que apoyaron la insurgencia y la liberación, y que a doscientos años comienzan a ser revisitadas. Pues imaginar la persecución, las vejaciones, las privaciones que padecieron mujeres de todas las clases, y de las entonces llamadas castas, nos enseña otras dimensiones no habitualmente visitadas, de aquella gesta.

Como señaló Del Palacio, sobre el papel de las mujeres: “Pero no se limitaron a usar las armas femeninas para apoyar a la causa. Muchas de ellas, como vimos al inicio, tomaron el fusil, el cuchillo, la espada, y se lanzaron a matar gachupines. Otras se dedicaron al contrabando de armas y mensajes, espionaje, conspiración, abastecimiento económico, a ser guías, enfermeras, aguadoras o enterradoras de los insurgentes. Muchas de ellas fueron apresadas o despojadas de sus bienes por esa causa, y algunas fueron fusiladas. Es preciso continuar haciendo averiguaciones sobre estas mujeres, rescatar sus nombres y sus hechos, así como intentar entender sus motivaciones y sus acciones en un mundo de hombres en el cual, a pesar de todo, lograron ocupar un lugar. Hace falta que nosotras, sus herederas, luchemos por que lo conserven.”

Las mujeres contribuyeron desde diversas trincheras a la Independencia de México, en acontecimientos que la nueva historiografía va develando, en función de reconstruir y mostrar su indispensable papel en la obra colectiva de transformación. La Benemérita Herrera -que de habitar enormes caseríos optó por el abrazo del bosque en aras de entregar su vida a una causa-, es un ejemplo.