Francisco Javier Mina fue el Che Guevara del siglo XIX, su causa contra el absolutismo trascendió fronteras, y en ese plano se convirtió en guerrillero internacional. “Yo no hago la guerra contra los españoles, sino contra la tiranía”, dijo el joven vasco.

Mina nació en Otano, Navarra, España, el 1° de julio de 1789, y murió fusilado en el Fuerte de los Remedios de Bénjamo, Guanajuato, el 11 de noviembre de 1817. Un fresco, idealista y creativo revolucionario que vivió intensamente 28 años y se le considera precursor de la guerra de guerrillas que permitió la subsistencia militar de la lucha de Independencia en su etapa final. Asimismo, fue el ejecutor en el campo de batalla de las ideas liberales de Fray Servando Teresa de Mier a quien conoció en los caminos del viejo continente.

Las ideas liberales que influyeron en Mina lo llevaron a rebelarse contra el absolutismo español, y organizó un movimiento para restituir la Constitución de Cádiz, pero fue derrotado por las fuerzas absolutistas, entonces tuvo que huir de Francia hacia Inglaterra, ahí se vinculó con Fray Servando Teresa de Mier y otros simpatizantes de la Independencia de México. El padre Mier le inspiró a pelear militarmente contra el absolutismo no solo en Europa, sino en la revolución libertaria que se presentaba al otro lado del océano, en la Nueva España.

Podría decirse que Mina fue un español que luchó contra los españoles, pero su concepción de la justicia era más amplia que los nacientes nacionalismos. Paradójicamente, en España misma el joven Mina había abandonado sus estudios para integrarse al movimiento de resistencia contra la invasión francesa en 1808.

En su libro Javier Mina y la independencia mexicana, publicado en Toledo, España, el 30 de mayo de 1909, el Capitán de Infantería Antonio García Pérez narra diversas estampas del insurgente, desde sus orígenes, travesías militares, hasta su muerte.

“El espíritu del partido independiente de México, atravesando el Atlántico, halló acogida en no pocos cerebros europeos; el grito de los alzados arraiga en el corazón de Mina y, cual Danton que habla a Kleber que ruge, no vacila en ofrecer su inteligencia y su valor a los que de modo desesperado luchaban contra el poder de España. Su cabeza, que tantas veces había desafiado las inclemencias del tiempo, y su corazón, tan templado en recios combates por la libertad, los va a poner Mina al servicio de México, para emplearlos en aquellas lides épicas que tenían el calor del genio de Bolívar y la grandeza del alma de Sucre”. Escribe el Capitán.

También García Pérez nos narra:

“Hijo de honrados labradores de Monreal, D. Francisco Javier Mina nació en diciembre de 1879; las montañas de Navarra y las hermosas costumbres de esta noble tierra, hicieron que en la infancia de Mina se desarrollase un alma grande y generosa dentro de un cuerpo ágil y resistente. El Seminario de Pamplona primero y la Universidad de Zaragoza más tarde, cultivaron la precoz inteligencia de Mina, el que bien pronto distinguiese por su brillante comportamiento y su nobleza de carácter; la invasión napoleónica, interrumpiendo los estudios de Jurisprudencia de Mina, hizo que empuñara las armas para mostrar al coloso del siglo que su patria ‘sabría oponer todo el valor que faltó a la Europa central.

“Con la vuelta de Fernando VII a España, Mina regresó a su patria, en la que, de acuerdo con su tío, intentó un movimiento revolucionario en Pamplona en favor del restablecimiento de la Constitución; mas, descubierto en sus planes, huyeron a Francia, trasladándose Mina a Londres, donde trabó gran amistad con distinguidos personajes, y con los que comenzó a trabajar activamente para combatir en el virreinato de México el despotismo de Fernando VII. Con los ofrecimientos personales y en metálico que sus amigos le ofrecieron, Mina organizó brillante expedición, la que, compuesta del Dr. Teresa de Mier y de 22 oficiales españoles, ingleses e italianos, salió de Liverpool el 15 de Mayo de 1816; proponíase Mina desembarcar en Norte-América, y puesto de acuerdo con Dr. José Manuel de Herrera, plenipotenciario del Congreso mexicano, reforzar la expedición y dirigirla hacia el puerto de Boquilla de Piedras, a fin de comunicarse con el Congreso mexicano” (sic).

Finalmente, en lo que se conoce como la ruta o campaña de Mina, el rebelde desembarcó en Soto la Marina, Tamaulipas, en la desembocadura del río Santander, el 15 de abril de 1817. La intensa lucha guerrillera que emprendió, fue un relámpago, que obtuvo importantes triunfos.

El 25 de abril de 1817 lanzó una de sus proclamas: “mexicanos, permitidme participar de vuestras gloriosas tareas; aceptad los servicios que os ofrezco en favor de vuestra sublime empresa, y contadme entre vuestros compatriotas. ¡Ojalá acierte yo a merecer este título, haciendo que vuestra libertad se enseñoree, o sacrificándole mi propia existencia! Entonces, en recompensa, decid a vuestros hijos: «Esta tierra fue dos veces inundada en sangre por españoles serviles, vasallos abyectos de un Rey; pero hubo también españoles liberales y patriotas que sacrificaron su reposo y su vida por nuestro bien». -Soto la Marina, 25 de abril de 1817, Javier Mina.” (García Pérez, 1909).

Mina se internó en la Nueva España, atravesó San Luis Potosí y Zacatecas, llegó a Guanajuato, ahí conoció a su principal colaborador, el insurgente Pedro Moreno, y el 25 de octubre de 1817 intentó sin lograrlo tomar Guanajuato.

Ante el despliegue militar de Mina y la fuerza que tomaba, pues acompañaba la lucha de ideales, arengas y contenidos, señala García Pérez:

“El Virrey Apodaca propusiese acabar de una vez con el poderío cada vez más creciente de Mina, y al efecto expidió órdenes a varios puntos para la concentración de varias unidades en Querétaro, las que formarían un cuerpo de ejército al mando del mariscal de campo D. Pascual de Liñán. El 12 de Julio, Apodaca lanzaba una proclama declarando á Mina traidor a la Patria y al Rey, sacrílego malvado, enemigo de la religión y perturbador de la tranquilidad del reino; bajo pena de muerte y confiscación de bienes exigía que nadie le auxiliase; prometía 500 pesos al que lo entregase, y 100 pesos por cada uno de los que combatían a su lado; ofrecía indulto al propio Mina si se presentaba, y 50 pesos y pasaporte para salir del país a los individuos que con armas o caballo se acogiesen á indulto”. (García Pérez, 1909).

Por último, la narración del Capitán García Pérez nos conduce a la última estampa y hora triste de Francisco Javier (o Xavier) Mina:

“Noticioso Orrantia de que Mina se hallaba en la hacienda del Venadito, púsose en marcha desde Silao al frente de 500 hombres, y al amanecer del 27 de octubre llegaba a la vista de aquel lugar. Cuando Mina y los suyos quisieron escapar, era ya tarde: 120 dragones de Frontera los rodeaban por todas partes. En tal estado, no quedaba a los independientes otra solución sino vender cara su vida; en rápida y desesperada lucha, los partidarios de Mina cayeron muertos a los pies de sus adversarios. Mina rodeóse de unos cuantos valientes, se defendió con bravura; pero al fin, solo y aislado, cayó prisionero de los españoles. Con la captura de Mina había recibido tremendo golpe la causa de la independencia mexicana. La noticia de la aprehensión de Mina recibióse con júbilo en el bando español; Orrantia fue ascendido a coronel efectivo; al soldado que capturó al temido navarro, se le ascendió a cabo y se le concedió una gratificación de 500 pesos; cada uno de los soldados de la división fue recompensado con el uso de un escudo conmemorativo, y al Virrey Apodaca confirióle el Gobierno de Madrid el título de Conde del Venadito.

“A las cuatro de la madrugada del 11 de noviembre de 1817, Mina era conducido al cerro del Bellaco, queriendo, sin duda, Liñán atemorizar a los defensores del fuerte de los Remedios con el fusilamiento de aquél. «…Los dos campos— escribe Riva Palacio — en efecto, estaban en profundo y solemne silencio, atento a lo que iba a pasar en la siniestra eminencia, visible para sitiadores y sitiados. No flaqueó el valor del ilustre navarro en este postrero y terrible instante, y después de decir a los soldados que debían dispararle: me hagáis sufrir -marchó con paso firme al sitio que se le señaló y cayó herido de muerte por la espalda…» «…. Así terminó su brillante carrera, cuando no había cumplido aún 28 años de edad, el generoso y valiente joven, cuyo nombre y memoria lucirán siempre en la historia de nuestra patria con vivido fulgor…» (García Pérez, 1909).

Fue Mina un adelantado, un héroe subterráneo, un precursor de luchas por causas y no por estructuras o ambiciones de poder. El 25 de abril de 1817, Xavier Mina lanzó la Proclama de Soto la Marina a los españoles y americanos, desde el Cuartel General y sentenció:

“La Patria no está circunscrita al lugar en que hemos nacido, sino más propiamente al que pone a cubierto nuestros derechos individuales”.

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