El primero de septiembre de 2020, será recordado como el día en que, por decreto, todo lo malo que sucede en el país se ha terminado.

Se terminó la violencia. Se controló la pandemia. La corrupción es cosa del pasado. Ya no hay secuestros ni extorsiones. Ya no hay ejecuciones. Ya no hay torturas ni masacres. Se terminaron los feminicidios y la paz social se siente en todos los rincones del país.

La gente está contenta y segura. El mundo maravilloso ha llegado a México para quedarse instalado desde el primer día del mes patrio, esto, de acuerdo a lo expresado por la figura más popular de nuestra patria.

Después de escuchar el segundo informe de gobierno, donde el presidente Andrés Manuel López Obrador solamente utilizó 45 minutos para dar a conocer el estado en que se encuentra el país, quedó la sensación de que México es un paraíso.

Fue una versión light de las mañaneras. Sin preguntas. Un monólogo de afirmaciones positivas, cuya única intención es ocultar la triste realidad que vive el país. Un país que llora a sus muertos sin que a nadie haga algo para evitarlo. Sí, el México real que nos duele, nos quiebra y nos deprime.

Ese México donde mueren 650 personas diariamente contagiados por COVID19. Ese México donde la violencia le arranca la vida a 100 personas a diario. Ese México donde el feminicidio crece sin que ninguna autoridad tenga la fuerza para encontrar mecanismos para frenarlo. Ese México que está en manos de poderosos carteles de la droga, quienes delinquen sin freno alguno.

Fue un informe sin grandes anuncios, sin grandes decisiones, pero si, con mucha verborrea. Fue el informe de un país que solo existe en la mente del presidente y sus seguidores.

Sabedor de su encanto demagógico, el presidente intentó convencer de sus grandes obras y de sus grandes proyectos, pero no dijo nada nuevo. Es el mismo discurso, los mismos pretextos y lamentablemente, las mismas mentiras.

Nadie en su sano juicio puede decir que en México ya no hay corrupción. Nadie en su sano juicio puede decir que en México la economía crece. Nadie en su sano juicio puede decir que su poder adquisitivo es abundante. Nadie en su sano juicio puede decir que la violencia está disminuyendo. Nadie, simplemente nadie.

Por supuesto que hay gente que le cree y defiende al presidente, pero son los menos, son los que, obnubilados por su gracia, todo le aplauden y le celebran. Son los que se niegan a analizar la realidad.

Son los que no ejercen un solo grado de autocrítica. Son, por desgracia, los que aplauden y celebran. Son los incondicionales que aun creen en las palabras de su líder moral.

Mucho convendría al país, que el discurso fuera superado por la acción, pero tal parece que todo seguirá igual. En 18 meses de gobierno, muy pocas cosas han cambiado.

Lo único que crece son las diferencias, las ideologías, los insultos, las descalificaciones y acusaciones. El país está polarizado porque ningún actor político asume su verdadero rol de servir al pueblo.

Ahogados en la crisis sanitaria, en una estela superior de violencia, atrapados en las manos de organizaciones criminales, los mexicanos de pie, escucharon un informe de fantasía, maquillado y con verdades a medias.

El descontento social es muy fuerte, aunque en Palacio Nacional presuman que en México ya se acabó todo lo malo…