Por Gabriel Catelli

El cine ha sido uno de mis hobbies. En mi adolescencia, difícilmente pasaba un mes sin que fuese un par de veces. Con mis hijos grandes, fue también una costumbre y un placer. Últimamente, niñas mediante, a excepción de las maravillosas películas de los más pequeños, esto ha cambiado y solamente la saga de Star Wars tuvo mi asistencia perfecta (hay límites en la vida).

En los últimos tiempos he faltado consistentemente al cine y me he perdido seguramente de muchas joyitas pese a la decadencia del cine de los efectos especiales. Pero este año, vi 3 de las nominadas al Oscar: Los dos papas, El Guasón y Parásitos. Los dos papas (siendo yo un cuasi ateo), si bien tiene alguna relación con las otras dos, no es objeto de esta reflexión (aunque la transición que plantea, no es más que una versión menos ambiciosa).

El Guasón, película de super héroes… Totalmente pero no en el sentido que todos llegamos a verla, por lo menos para mi. Salí de verla completamente sorprendido, pese a haber leído algo de crítica antes de verla, incluso una crítica muy interesante de los distintos tipos de Guasones que tuvimos en la historia cinematográfica.

La llamaría una película radiografía, esas que pintan lo que somos y que quizás, en una postura estilo Fahrenheit 451, debiera ser censurada. El desenlace es peligroso. Porque ya entrando más en la trama de la misma, la reacción de Arturo Manchita (debiera ser Arthur Fleck pero para ser coherente con el Guasón) no es más que … ¿Razonable? ¿Esperada? Hasta contenida.

En la próxima película de la saga voy por el Guasón en lugar de ir por Batman. Justamente refleja esa lástima que hace que, sano juicio mediante, no se desea una masacre, pero hubiese sido Crónica de una muerte anunciada de haber sucedido. Y ese sano juicio, que por otro lado es algo completamente ambiguo; es difícil de esperar de alguien expuesto a tantas injusticias y acciones desmedidas.

No estoy justificando el desenlace, pero solamente, volviendo al lenguaje original, Arthur Fleck es la representación de muchos que hoy son agredidos, segregados, “bulleados”. Cuántos casos se hacen públicos y muchos más que no, de gente a la que se le hace insoportable vivir bajo la continua agresión, se quitan la vida (“No puedo vivir mas en este mundo”). Muchas de las “manchitas” optan por esta actitud generosa hacia la sociedad y en lugar de buscar una venganza, se van de ella.

Pero la gran mayoría se queda y simplemente no hace nada. El nivel de tolerancia es increíblemente alto para quienes no reciben un trato similar de sus congéneres. Y no es tolerancia lo que debieran esperar. Es simplemente una aceptación tal como la debiera tener cualquiera, somos todos seres humanos con los mismos derechos de ser respetados. Tal como debiera suceder con las distintas clasificaciones que por limitaciones intelectuales le damos al ser humano (que es uno solo o sola, o quizás debiera decir sole). No hay en ese sentido ni mujeres ni hombres ni negros ni blancos ni creyentes ni no creyentes. Simples seres humanos.

Es difícil que aceptemos que ese es el factor común de todos nosotros que compartimos la tierra con infinidad de otros seres vivos (cada vez menos) que difícilmente hagan diferenciaciones como las nuestras. Probablemente porque no sean tan evolucionados como nosotros… Y esta crueldad sucede en todas las agrupaciones humanas que queramos (sociales, religiosas, étnicas, etc.). Segregamos y marcamos especialmente a aquello que es distinto y no sabemos aceptar su naturaleza como se acepta la nuestra. Es necesario segregar, expulsar de nuestro círculo de aceptación, aquello que no está alineado con nuestra realidad o verdad. Nos gusta la exclusión siempre que no sea la nuestra.

Lo que me lleva al siguiente nivel, donde en Parásitos justamente vi eso, que esa película se podría haber realizado en cualquier país de Sudamérica. Se podría hacer una versión similar en Brasil, México o Argentina, por mencionar 3. Pero no es un tema de tercer mundo. Es un tema de naturaleza humana.

Cuando los habitantes del sótano se encuentran con los parásitos, donde teóricamente se encuentran integrantes de una misma agrupación humana, lejos de una complicidad o solidaridad, continúa una pelea por el espacio que habían pasado a ocupar en su otra agrupación humana, que antes criticaban, repudiaban. No hace más que demostrar que no somos empáticos y solidarios con nuestros iguales. Ingresar a una nueva zona de confort provoca una amnesia de nuestro pasado y realmente creemos que ya somos diferentes y que incluso aquello que yo criticaba o repudiaba, es mi nueva ley, la nueva ley.

No se generan personas buenas en las clases sociales más bajas y malas en las clases sociales altas. Es muy poco crítico de nuestra naturaleza humana pensar que simplemente la lotería de la gestación, de en qué clase social, la relación óvulo/espermatozoide tuvo lugar, es la responsable de nuestra bondad o maldad.

Hay gente con principios en este mundo y que vive siempre en sus agrupaciones, respetando a quienes no pertenecen a ella, aceptando y adoptando la realidad que estas le definen. Estamos en búsqueda de un punto de inflexión de una agrupación humana más justa más amplia pero que equivocamos el camino. La inclusión no hace más que marcar más la diferencia. Incluyamos a quienes son diferentes.

Estamos en una locura de que es y que no es inclusivo, que agrede y que respeta y volvemos a perder el sur (¿Porque debe ser siempre el norte?). Debemos dejar de excluir y finalmente entender que ahí está el problema. Cuando realmente somos uno solo. Antes que nada somos seres humanos, luego hembra o macho. Durante 6 o 7 semanas el embrión humano no tiene sexo. Todos fuimos asexuados en un principio.

Entiendo que pudiera ser fácil para mí decir esto: Soy hombre, blanco, occidental, siempre tuve casa y comí cuando quise y lo que quise. Pertenezco a la mayoría que hizo las leyes que nos rigen. No pertenezco a los grupos que tuvieron que aceptar esas leyes que hoy nos rigen y en parte son responsables de la realidad de hoy. Entiendo que los grupos afectados puedan buscar una venganza por tantos años de pertenecer al lado oscuro.

Pero no seríamos más que guasones y parásitos y realmente no iríamos hacia dónde debemos, a un lugar (utópico quizás) donde logremos ver que el ser humano debe nacer con los mismos derechos de ser respetado, nazca donde nazca, sea macho o hembra o sea cual sea el color de su piel, él o los dioses en los que crea, la forma de sus labios o la cantidad de cromosomas que tenga.

Hemos creado tantas agrupaciones que se hace difícil que podamos supra agruparnos hacia la agrupación madre. No se trata de desaparecer todas esas agrupaciones sino ponerlas en su justo lugar. Son agrupaciones que deben ser completamente dependientes de la mayor y no olvidar su naturaleza: simples y maravillosamente seres humanos.

Según Asimov:

  • Un robot no hará daño a un ser humano o, por inacción, permitirá que un ser humano sufra daño.
  • Un robot debe cumplir las órdenes dadas por los seres humanos, a excepción de aquellas que entrasen en conflicto con la primera ley.
  • Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o con la segunda ley.

No hemos logrado en miles de años lograr definir un marco de referencia donde deberíamos movernos como raza, ni entre nosotros ni con nuestro medio ambiente. Estamos en un momento de la historia en el que debemos dar un paso o varios para que realmente nos convirtamos en una raza que mecer perdurar y lograr un balance con la naturaleza de la cual es parte. Pero en lugar de movernos en esa dirección, definimos una serie de leyes que controlarán la interacción con una invención humana que cada día toma más control de nuestro día a día.  No sabemos caminar y queremos correr.

May the force be with us.

 

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