Feliz-Triste / Por Joel Hernández

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Cada película que he visto desde que tengo uso de razón (lo que sea que eso signifique) he sido “atacado” por films que tienen que ver con lo que desearía hacer o ser, claro, todos hemos querido ser Superman, Batman, Indiana Jones, Luke Skywalker o algún súper héroe que nos lleve a tener súper poderes que nos hagan sentir superiores o diferentes (en lo personal creo que todos seríamos súper villanos, pero esa es otra historia).

Conforme fui creciendo me di cuenta que ya no quería ser ese ser superior en poderes sobre naturales, me di cuenta que la música y el deporte (en mi caso) siempre fueron historias que me impactaron mucho.

Siempre quise ser el súper héroe que en el último segundo anota el gol, la canasta, el touchdown de la victoria, como dicen los gringos “the underdog”, aquel que siempre viene de abajo y llega a la gloria.

Por ejemplo, Karate Kid, un chico blanco muy común, un poco menso, que se cambia de NY a una California muy idealista que justo en esos años atravesaba por momentos muy difíciles en cuanto a la segregación racial refiere (pero bueno, está bien, compremos la idea).

Daniel San como lo llamaba el señor Miyagi era su sensei, y después de que unos chavos le dieron unos putazos a Daniel San, el señor Miyagi le enseña karate a base de encerar su coche, pintar su casa, agarrar moscas con palos chinos y hacer varios quehaceres del oriental, a cambio de ello nadie más se pasaría de lanza con Daniel San y no sólo eso, el morro todo astuto y en base a su semi pendejismo, se hace novio de Elisabeth Sue (Uuuuuffff).

Daniel San gana el torneo y se lleva el trofeo, su dignidad y a la morra a su casa. ¡Bien!

Todos hemos querido ser el personaje que interpreta John Cusack en Say Anything: Lloyd Dobler y desafiar a los padres de la adolescente amada afuera de su casa y cargar una grabadora, en la cual se reproduce In your eyes de Peter Gabriel a todo volumen.

Todos hemos querido ser Emilio Estevez en The Mighty Ducks, o Will Ferrell en Semi-Pro.

Las películas nos motivan, nos cambian, nos hacen sentir que somos parte de algo importante, aunque en realidad no le interese a nadie.

Plasmar la música y el deporte en la pantalla grande tiene un gran mérito, hay que saber contar una historia con la cual nos identifiquemos.

Hace muy poco vi Sing Street una película con la cual me identifiqué plenamente, no porque la historia se desarrolle en Irlanda y yo soy de la colonia Moctezuma en la CDMX, no porque sus referencias musicales sean The Smiths, The Cure, Duran Duran y las mías eran La Sonora Santanera, Sonia López o “Juanga”, no, no fue por eso, fue porque es una película que te invita a la nostalgia y pensar en todas esas cosas que no pudiste o no quisiste hacer.

Claro, no es que vivas siempre con el estigma de que fuiste un “looser” en la secundaría o en la prepa (cada quien tiene su propia medida), sino porque la película te mueve a través de la música y lo de siempre: las chicas.

Todos hemos tenido esa súper historia con esa súper chica o súper chico, con la cual “te separabas” del mundo terrenal y seguro viajaste en el metro o en microbús o el pesero y nadie, absolutamente nadie les quitaba el momento, no importaba que fueras cruzando Tepito, la Doctores, Avenida Central, etc, el momento era de ustedes y una vez que que la dejabas en su casa, escuela, trabajo, sólo estabas tú y tus audífonos y esos son los recuerdos que te llevan hasta el día de hoy.

La película aborda los problemas propios de crecer en una escuela diferente, con chicos que quieren “abusar del nuevo”, con nuevos amigos, con problemas de padres que al momento de separarse, pasan por encima de quien sea o de lo que sea para mantener algo que…bueno, solo ellos saben.

Y entre todo este mundo, hay un chico que le importa mucho dos cosas, la nueva chica a la cual acaba de conocer y en consecuencia armar una banda para hacerla modelo de esa banda.

Y entonces…la música y el amor otra vez y ahí vamos, con nuestras experiencias personales, siempre añadiendo un toque melodramático, donde, somos los personajes principales y la realidad nos da un chingadazo bien machin.

Ni pedo.

Al menos tenemos la música, los recuerdos y los lugares comunes donde siempre existirán dos personas que compartieron un momento sagrado, llenos de miradas, besos, risas y Common People de Pulp….

Y el problema es que no eres feliz estando triste, pero… eso es el amor.

Feliz-Triste.

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